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- Sí, se habla de la muerte
“¿Mamá, por qué tú no tienes papá?” Fue una pregunta que hace unos meses Amelia me hizo de la nada. “Mi papá tiene a mi abu Yoya y a mi tata Luis, tú sólo tienes a mi abu ¿y tu papá?”, fue como siguió su cuestionamiento. “Sí tengo papá”, le contesté. “Es tu tata Sergio, el de la foto del living al que siempre le pedimos que nos cuide ¿te acuerdas?”. Amelia me miró con cara de alivio, sonrió y me dijo “que bueno que tienes papá! Yo creía que tenias pura mamá, ¡qué bueno!”. La conversación quedó ahí por un tiempo, yo tenia muchas ganas de explicarle mil cosas. Si bien le hablo de mi padre nunca le había contado directamente que había muerto. Sin embargo, siempre he sabido que los niños van preguntando a medida que ellos están preparados para saber, así que no insistí y esperé. Tal como era esperable llegó el momento en el que se llenó de preguntas sobre la muerte. Así, con sus 4 años 2 meses tenemos la fortuna de que no ha tenido que enfrentar ninguna muerte cercana, pero que mi padre haya muerto antes de que ella pudiera conocerlo ha sido un tema recurrente. “¿Por qué tu papá se murió? ¿por qué yo no lo conocí? ¿Dónde está ahora tu papá?, me habría gustado conocerlo ¿él sabe que yo nací?” Sé que es un tema del que a muchos no les gusta hablar, existe una suerte de veto en el que nadie quiere transgredir, algunos creen que es “llamar a la mala suerte”, otros simplemente lo evitan porque resulta doloroso, pero la verdad es que es parte de la vida y tomarlo como tal también implica aceptar que nuestros niños tienen derecho y la necesidad de saber. Afortunadamente con Pipe solemos hablar sobre de ello -probablemente porque mi padre murió cuando yo tenía sólo 17 años- , siempre ha sido un tema que aparece en nuestras conversaciones. Por eso, cuando Amelia comenzó con sus preguntas ya sabíamos cómo lo íbamos a abordar. Así, mi primera recomendación al respecto es que hablen sobre la muerte entre adultos, estén preparados para saber cómo se lo van a plantear a sus hijos, independiente de lo que crean, si es el cielo, la convención religiosa, científica, más espiritual. Lo que a ustedes les haga sentido, cuestionémonos en cómo se lo vamos a enseñar a nuestros niños. No es algo banal, les entregará las directrices del paradigma bajo el cuál vamos a criarlos en nuestra familia. Sea cual sea su creencia, la psicología nos enseña que es importante ser concretos, no usar metáforas o eufemismos que los niños por su desarrollo cognitivo no logran entender. Recuerden que los niños son concretos, la abstracción se logra más grandes por lo tanto si por ejemplo le digo a un niño que el familiar que perdieron se “durmió” puede que comience a tener miedo a dormir, o a que otros lo hagan. Sé que duele, sobre todo cuando es un duelo que está ocurriendo en el momento -no como en nuestro caso que es explicarle algo que ya pasó hace tiempo- sin embargo, hay que hacer el esfuerzo y siempre decir la verdad; “se fue de viaje” “ya va a volver” o “cuando seas mas grande lo vas a entender”, sólo los llena de fantasías que pueden ser muy angustiantes, sumado al doble duelo que experimentan cuando descubren la verdad. Cuando hay un duelo, hay pena, las personas lloran y lo pasan mal por mucho tiempo. Un duelo promedio dura entre seis meses y un año, y hasta dos años dependiendo de las características de la pérdida. No podemos hacer que los niños queden fuera de este sentimiento, es bueno explicarles que está bien tener pena, que los adultos también la tienen y que esa pena dura mucho tiempo. Es común que las familias eviten por ejemplo llorar frente a los niños; sin embargo, hay que recordar que los niños sienten y perciben las emociones de los adultos y que necesitan saber que las emociones se expresan. El desborde emocional los asusta, eso es verdad porque implica descontrol, por lo que claro que hay momentos en los que es mejor resguardarlos. No obstante, la expresión regulada de las emociones los ayuda a expresar las propias, a sentir que vale la pena vivir lo que uno siente y que no es bueno reprimirse. Es importante también incluir a los niños en los ritos. Antiguamente estaba la idea de que no era bueno que asistieran a velorios o funerales, pero hoy se sabe que los ritos de despedida son tan importantes para un niño como para un adulto. Incluirlos no sólo los valida, implica respetar sus emociones, su derecho a un cierre y los hace sentir parte de algo mayor. Los ayuda a entender que el duelo se vive en comunidad, con su familia y que no está solo en lo que está sintiendo. Es importante hablarlo entre adultos y ver en qué rito sienten que es mejor para ellos incluirlos. El duelo se vive en varias formas, cada quién va a enfrentarlo y a expresar sus emociones de forma diferente, respetar al otro acá es fundamental. Algunos lloran más, otros se aíslan y muchos hasta se enojan, explicarles a los niños que todos están pasándolo mal puede ayudarlo a entender los cambios que vive una familia en el proceso. Puede ayudar a los adultos también. Un duelo nunca es fácil, es algo que nadie quiere vivir, pero que -sin embargo- todos sabemos que alguna vez en la vida pasaremos por ello. En las etapas del duelo antiguamente se planteaba que la ultima fase era la “resignación” en donde las personas asumíamos la pérdida como algo permanente y aprendíamos a vivir en dolor. Hoy en día se habla del “reposicionar a la persona fallecida”, personalmente esto me hace mucho más sentido. Es ese momento en el que logras poner a tu ser querido en un lugar dentro tuyo, donde tiene un nuevo espacio en tu mente, donde puedes acceder a él cuando quieras y sigue acompañándote ahora desde ti mismo. Es ese momento en el que te das cuenta de que puedes recordarlo con alegría, que sabes perfectamente qué habría dicho en alguna situación o que incluso puedes imaginar su voz diciéndote una frase en determinado momento, aun cuando eso nunca haya pasado mientras estaban juntos. Es entonces cuando aprendemos a vivir de nuevo, en esta nueva forma de seguir manteniendo a nuestros seres queridos con nosotros. Amelia ya entiende, en parte, qué es la muerte. Espero que pasen muchísimos años antes de que tenga que enfrentar una cercana, nunca nadie está preparado, pero por lo menos ya sabe que es parte de la vida. Hace unas semanas nos pidieron rezar, mandar energías, lo que cada uno creyera por un niño que estaba enfermo. No lo conocíamos, pero por supuesto lo hicimos, cuando el explicamos a Amelia ella dijo “Mi Tata Sergio era el mejor doctor, le voy a pedir a él que lo sane”, con Pipe nos miramos orgullosos, nuestra hija está creciendo y entendiendo la vida, con ello también la muerte. Fuente: Revista Súper Mamá
- ¿Y si aprendemos a no soltarlo todo?
Amelia ya va a cumplir 4 años, va al jardín y ha hecho varios amigos. Todos los días llega contándonos con quién jugó, quien faltó a clases y relata de forma muy divertida las interacciones que se dan en la sala. Pero, hace un par de días llegó a casa con un semblante distinto, al preguntarle qué pasó me cuenta que había discutido con una de sus amigas mas cercanas: “ya no vamos a ser amigas”, me dijo. En ese momento miles de ideas vinieron a mi cabeza ¿qué le digo? Por un lado, está bien que aprenda que puede molestarse, por otro, la amistad es algo difícil de encontrar, sobre todo en la vida adulta. Enseñarle que es desechable tampoco era una opción. Los amigos pueden tener diferencias, le dije, los conflictos se conversan, no es necesario terminar una amistad, todos podemos equivocarnos. La conversación con mi hija me quedó dando vueltas y es que hoy se habla mucho de “soltar”, de alejarte de quienes que te hacen daño y eso está muy bien. Siempre y cuando, se trate de personas que realmente te están dañando, pero tal vez nos hemos ido al extremo de hacer que las relaciones valgan poco. Día a día converso con personas que dicen no tener amigos verdaderos, que los amigos son contados con los dedos de una mano o que sus relaciones de amistad duran un tiempo y luego se alejan, como si fuera un cambio constante de personas cercanas que finalmente nunca llegan a ser duraderas. Hemos generado una suerte de sobrevaloración de la soledad. Hoy es fuerte el que no pide ayuda, el que se las arregla solo y no necesita de nadie. Se habla mucho de no depender de los demás, pero ¿podemos realmente no depender de nadie? El ser humano es un ser social, gregario, nos necesitamos unos a otros ¿Por qué insistir en valorar la soledad? Aprender a estar solo es muy bueno, ayuda a tener tiempo contigo y al autoconocimiento, pero aprender a depender también debería ser un valor. No estoy hablando de dependencia emocional, por favor que eso quede claro, porque en ella la relación no es simétrica e implica el poderío de uno sobre el otro, eso es tremendamente dañino. Sin embargo, la interdependencia sí es buena, generar relaciones duraderas, profundas e incondicionales que nutran a las dos partes es esencial para nuestra salud y bienestar. ¿Sabían que tener redes de apoyo es un protector de la salud mental? Una de las variables que los psicólogos consideramos cada vez que evaluamos el estado emocional de un paciente es la presencia de redes. Mientras más sean las redes de apoyo mejor pronóstico para la salud de esa persona, entonces ¿por qué no cuidar nuestras relaciones? Las relaciones no siempre son perfectas, pero aprender a valorar y aceptar al otro con sus diferencias es algo que, por alguna razón, ha dejado de ser un valor. Esta muy bien que los padres enseñemos a nuestros niños a ser independientes y a alejarse de las personas que les hacen daño, pero tampoco podemos olvidarnos de enseñarles lo importante de la amistad y la familia. Las relaciones cercanas son demasiado importantes para soltar a la primera. Las relaciones -todas, de pareja, familia, amistad e incluso laborales- se construyen, se trabajan y se conversan, sólo así pueden mantenerse y crecer. Creo que enseñar a nuestros niños a resolver los conflictos y a lidiar con personalidades distintas a las de ellos los preparará para un futuro rodeado de amigos y de redes, por sobre un futuro de soledad en que no sepan a quién acudir cuando tengan un problema, o peor aún, que crean que es malo pedir ayuda. Esa tarde, después de la conversación con Amelia empecé a imaginarla grande, adulta, llamando a su amiga para conversar en un café. Me las imaginé a las dos sintiéndose seguras de su amistad, las imaginé compartiendo sus vivencias y apoyándose en los momentos malos. Empecé a pensar entonces en mis amigas, en esas de chica, de los mismos cuatro años que tiene hoy mi hija. Tengo la fortuna de tener mi pequeña tribu en ellas, somos un grupo de seis amigas que nos conocemos del colegio, hemos pasado literalmente nuestra vida juntas. Hay épocas en las que hablamos poco, otras en las que hablamos muchísimo, pero lo increíble es que a cada una de nosotras nos han tocado momentos en la vida en la que hemos necesitado el apoyo de las demás. Es ahí donde una suerte de máquina de soporte y amistad se enciende y ya no hay falta de tiempo o exceso de trabajo que puede hacer que no estemos para la otra. Somos todas muy distintas y tenemos vidas diametralmente disimiles, casadas, solteras, separadas, con hijos, sin hijos, tranquilas, carreteras, trabajólicas, gozadoras, si alguien nos viera desde fuera diría que no tenemos nada en común. Pero no es así, tenemos en común lo más importante de todo, el valor que le damos a nuestra amistad sin importar las diferencias de opinión creencias, formas de vida y hasta de postura política. No pude evitar entonces pensar en lo fundamentales que ellas han sido en los mejores y peores momentos de mi vida, no pude evitar pensar en lo gratificante que sería saber que Amelia, de adulta, pueda tener el mismo privilegio. Busqué entonces una foto de mi curso de pre-kinder, se la mostré y le fui nombrando a mis amigas de quienes ella tiene la imagen de la actualidad: “mira, esas son mis amigas, las que conoces, así de chicas éramos cuando nos conocimos”. Le expliqué que seguíamos juntas no porque fuéramos iguales o porque no tuviéramos diferencias de opinión, le expliqué que éramos amigas porque habíamos decidido serlo y que nos hacía bien esa relación. “Tu amiga con la que discutiste fue la misma que te ayudó y le avisó a la profesora cuando te apretaste un dedo, ¿verdad?;” “Sí”, me respondió la Ame. “¿Es la misma con la que juegas a la familia en los recreos y que te ayuda a abrir la compota cuando está muy apretada?”, ella me miró asintiendo; “¿entonces ¿no crees que se merece otra oportunidad?” No quiero que Amelia se aferre a relaciones que no sean nutritivas, quiero que sepa soltar y alejarse cuando sea necesario, pero también quiero que valore las relaciones de verdad, que sepa que ella se puede equivocar y que la van a seguir queriendo, que sepa perdonar y resolver sus conflictos. Quiero que sepa que nadie es perfecto, que una diferencia de opinión no es el fin del mundo y que puedo ser amigo de alguien que piensa diferente. Quiero que crezca sabiendo poner límites y sin dejar que la lastimen, pero también sepa construir relaciones estables, duraderas y nutritivas donde nadie es desechable. Fuente: Revista Súper Mamá
- No más súper mujeres
Más que una columna, este mes quiero hacer un mea culpa y declarar algo de lo que no me siento orgullosa. Uno por lo general confiesa las caídas, eso que no queremos aceptar de nosotros mismos y que nos da vergüenza porque sentimos que no concuerda con cómo nos gustaría ser, con nuestro ideal del yo -ese ideal que nosotros mismos creamos y que nos esforzamos por alcanzar- pero claro, asumir que ese ideal está lejos y no es más que una imagen idealizada e irreal no es tan fácil. Con todo eso, acá voy: pasé meses sin hacer mi columna, esta columna. Me sobre exigí y así un día me di cuenta que estaba dejando muchísimas cosas sin hacer. Pensaba “mañana lo soluciono” hasta que ya eran demasiadas personas a quienes no les había respondido o estaba en deuda con ellas. Así que aquí estoy, pidiendo disculpas y agradeciendo a las mega editoras (‘mega’, no ‘súper’, ya entenderán por qué) de esta revista que me dijeron simplemente “sigamos adelante” cuando las llamé para deshacerme en explicaciones. Por lo mismo hoy no puedo si no hablarles del concepto que encontré detrás de esto que me pasó estos meses. Claro, porque una se puede sobrepasar, pero lo exigente no se lo quita nadie así que en lugar de echarme a morir y decir “colapsé” me puse a buscar cómo racionalizar esto y transfórmalo en aprendizaje. Ahí apareció el concepto “Superwomen versus SmartWomen” - la súper-mujer versus la mujer-inteligente, pero en versión gringa porque por alguna razón siempre terminan poniéndole el ingles a este tipo de conceptos-. Eso era lo que me pasó, pensé, traté de ser la superwomen y no me quería dar cuenta que poderes no tenemos y que la verdad es que esta súper mujer que lo puede todo, que no descansa, que trabaja, que lleva la carga mental de la casa -porque según el INE el 90% de esta carga la seguimos llevando las mujeres- que es buena mamá, esposa, amiga, compañera de trabajo y además es creativa, activa, hace deporte…. ¡No existe! Sorpresa, no existe. Nadie puede hacer todo bien y si parece que así es, entonces está mintiendo y actuando. El gran problema es que muchas tratamos de hacer todo, muchas seguimos con ese concepto antiguo de la súper-mujer que nos enseñaban las abuelitas en el que el ocio es malo y mantenerse activa es bueno. Así, nos parecía un gran valor una mujer con muchas facetas, que tratara de abarcar todo y así pudiera lograr abrirse un espacio en este mundo -aún- masculino. Pero ¿que hay detrás de esa “multifacética”? La verdad es que ahí hay una mujer sobrepasada, que pone todo menos a ella como prioridad y que, pese a mostrar como si fuera una gran malabarista teniendo todo bajo control, si bien logra todo, probablemente sólo consigue un 20% de calidad en cada una de las actividades que realiza. Así, cantidad versus calidad tuvieron que ser necesarias para abrirnos paso en un mundo donde las mujeres no teníamos los escalones asegurados, pero hoy nos ha pasado la cuenta y ya es mucho, es hora de transformarnos en smartwomen y enterrar a la superwomen, como -afortunadamente- lo han hecho poco a poco las nuevas generaciones. Esta nueva mujer, inteligente, es la que sigue teniendo múltiples facetas, eso está en nuestra esencia, prácticamente viene codificado en el XX (es una forma de decir, no se pongan literales los genetistas), pero su felicidad y sentimiento de valía no está en cumplir con todas sus facetas, por lo menos no a cualquier precio. La smartwomen elige estar 100% en algunas y dejar las otras, elije calidad sobre cantidad, elige saber mucho de un tema por sobre saber de todo, elige ser excelente en alguno de sus roles y asume que en otros probablemente no será perfecta y eso está bien para ella. Calidad versus cantidad, ese es el gran cambio de cabeza que necesitamos hacer muchas mujeres. Les voy a hacer una pregunta y quiero que contesten con total sinceridad: ¿alguna vez les ha pasado que tienen tiempo “libre” y deciden ocuparlo en esas cosas que “tienen que hacer”, pero que en realidad no pasaría nada si las hicieran al día siguiente? Me refiero a actividades como ir a dejar la ropa a la tintorería, pasar a buscar eso que compré con retiro en tienda, ir a comprar el gancho que falta de la cortina, etc. Las mujeres siempre sentimos que “tenemos que hacer” muchas cosas, sin embargo, eso tiene más que ver con la idea de súper mujer, porque cuando lo pensamos dos veces podemos ver que en realidad sería mucho mejor simplemente descansar o no hacer nada. Pero no, eso es imposible en la cabeza de la superwomen porque el ocio es algo malo, es “perder tiempo” y en lugar de verlo como salud lo vemos como una peste. Es por esto, que como una forma de arrancar de este flagelo tan terrible de la “pérdida de tiempo”, siempre estamos “aprovechando de…” ¿Cuántas veces en esta semana han hecho eso de “aprovechar de”? Ya que voy a ir al mall, voy a aprovechar de pasar a pagar esta cuenta al banco, y ya que voy al banco voy a aprovechar de pasar por la tienda que está al lado a preguntar por eso que me falta, etc. Así, esa única actividad que íbamos a hacer se multiplica y terminamos haciendo todo, pero apuradas y sin disfrutar nada de lo que pasa a nuestro alrededor. Por favor no crean que me estoy poniendo espiritual y que voy a salir con el vivir el aquí y el ahora -lo que es muy bueno y sano, pero no voy a ese punto- me refiero a algo mucho más concreto, a aprender a disfrutar y aceptar que no podemos con todo. El concepto “disfrutar” es fundamental en esto, porque por lo general no disfrutamos al cien por estar pensando en lo que “tendríamos que haber echo” en el tiempo que estamos “perdiendo”. Me explico ¿les ha pasado que pasan una tarde genial con amigas, conversando y de pronto les viene un mini ataque de ansiedad? “me tengo que ir” “no he hecho nada hoy”. Es como si pasar tiempo disfrutando se volviera un pecado del que hay que escapar. Es entonces donde viene la típica pregunta de la amiga que intenta bajarte la ansiedad ¿y qué tienes que hacer? En ese momento nuestra cabeza entra en una especie de limbo inconsistente; “Es que llevo mucho rato aquí y tengo cosas que hacer”. “Cosas” es decir, nada, pero siempre por alguna razón sentimos que el tiempo para nosotras es una pérdida poco productiva, cuando la verdad es que es el tiempo más productivo que podemos tener. Es por nuestra salud, pero esa extraña culpa de mantenernos produciendo a costa de todo hace que creamos que si no estamos en constante estrés y movimiento no lo estamos haciendo bien. En mi lectura sobre estos conceptos de superwomen o smartwomen encontré un hecho bien ejemplificador. Se plantea que hay algo que marca a todas las grandes líderes mujeres: que en algún momento de su vida tuvieron que enfrenarse a un quiebre en donde se dieron cuenta de que no podían con todo y tenían que elegir en qué ser excelentes, versus qué soltar. Eso parece que nos falta a muchas, saber que no se puede con todo, recordar que hay redes, que no podemos con todo solas y que eso no nos hace peores mujeres, al contrario, nos hace más eficientes. Claro, decirlo ahora parece fácil, pero la verdad es que no lo fue. Mi marido estuvo muy enfermo y tuve que subirme al carro de “hacerlo todo”, como buena mujer le eché para adelante durante todo el tiempo que fue necesario. Pero cuando ya todo estaba mejor, cuando ya estaba más recuperado y podíamos volver a respirar yo no supe parar. Seguía a mil por hora y sin darme cuenta estaba haciendo todo a medias. Un día, sentada trabajando en el computador miré a Amelia que dibujaba en su mesita al lado mío, tiene 3 años 9 meses, si no paro ahora me la voy a perder, pensé. No quiero mostrarle a ella una mamá que puede con todo, quiero mostrarle una mamá que es mujer, que puede enfocarse, que está realizada, que sabe lo que le gusta, para qué es buena y tiene claro lo que vale. No quiero que mi hija crezca pensando que tiene que hacerlo todo, quiero que sepa que puede pedir ayuda, que puede disfrutar sin culpas, que no tiene que ser perfecta. Quiero que sepa buscar su tribu, donde se sienta acogida y protegida, que sepa trabajar en equipo. La verdad, quiero enseñarle a Amelia que ser feliz es primero, que ese debería ser su mayor objetivo y la mejor forma de enseñárselo es con el ejemplo. Hoy la súper pamela queda atrás y espero no traerla de vuelta nunca más. Fuente: Revista Súper Mamá
- Mamá, me frustré
Hace unos días Amelia, con sus 3 años 4 meses, jugaba a copiar patrones en un libro mientras yo conversaba con mi cuñada. Al parecer los patrones eran muy difíciles para su motricidad fina y no le “salían” como ella esperaba: “Mamá me frustré”, me dijo acongojada. Mi cuñada se ríe -la verdad es que sí, fue gracioso- y le dice “¿qué sabes tu lo que es estar frustrada?” Amelia la mira con cara de “mi tía no entiende nada” y le dice –“es cuando uno se enoja mucho porque no te sale algo que querías hacer”. Bastante buena definición, pensé yo, porque en realidad eso es; tristeza o enojo por la imposibilidad de satisfacer un deseo, por no lograr lo que quería lograr y sobre todo por lo que me he esforzado. Mucho se habla de que los niños tienen que “tolerar la frustración”, pero bien poco se explica sobre qué hay detrás de esto. Por lo general se cree que tiene que ver con no expresar la emoción, con no enojarse o con simplemente dejar de insistir ¡Todo lo contrario! Tolerar la frustración implica, primero que todo, expresar la emoción de forma modulada y regulada, porque una emoción que no se expresa sale luego de una forma más inadecuada, ya sea como alguna afección física o como una explosión emocional. Ninguna de estas dos cosas las queremos para nuestros hijos, la primera porque los queremos sanos y no enfermos y la segunda porque la explosión emocional desmedida sólo los daña a ellos y a sus personas cercanas. Entonces ¿qué es lo que buscamos? Que nuestros niños tengan la capacidad de decir “me frustré” y aceptar que eso conlleva rabia, tristeza y ansiedad, aceptar también que tienen derecho a llorar o a mantenerse enojados un rato, pero lo que después de eso se vuelve a la carga. Que volvemos a intentarlo porque si no sale a la primera tal vez tenga que ser a la cuarta, o a la quinta, o tal vez más, pero muchas veces así se logran las cosas. Pero ojo aquí, tampoco queremos niños obsesionados con lograr un objetivo sin pensar en que el camino para llegar a él es lo importante. De ser así tendríamos personas que insisten en hacer las cosas siempre de la misma manera y eso tampoco es sano. Una vez, entonces, que logramos expresar lo que sentimos, que valoramos la emoción de nuestros niños como una expresión válida y que vale la pena manifestar viene la parte de enseñarles a usar esa emoción para movilizarse. Sí, porque lo crean o no, la frustración es una emoción que puede ser muy movilizadora si sabemos usarla: “díganme que no puedo hacerlo y les mostraré como lo hago”, leí hace poco en twit. De eso se trata esto de la frustración, de tomar la energía de esa emoción y hacerla motivarte a seguir. Siempre de forma sana, claro está, cuando te hace daño y te mantiene pegado en un objetivo que muestra ser absurdo, estamos hablando de obsesión y no de motivación, por lo que hay que tener ese límite bien claro. Pero cuando es un objetivo que me apasiona, con el que disfruto trabajando para lograrlo y que además es lo suficientemente lejano como para entregarme una satisfacción inconmensurable si llego a lograrlo, entonces usar la frustración como motor es una de las cosas más productivas que podemos hacer. Tenemos que tener claro también, que superar la frustración no implica necesariamente seguir haciendo lo mismo por un tiempo ilimitado hasta que funcione. Puede ser así si lo que quiero es adquirir una habilidad, sin embargo, cuando se trata de resolver problemas la magia está en saber cuando y cómo cambiar la estrategia. Si algo ya no ha funcionado en varios intentos tal vez tengo que tratar desde otra perspectiva “más de lo mismo rompe el sistema”. Imaginemos que lo que queremos solucionar es un problema de comunicación dentro de una familia, esta familia decide como estrategia sentarse a comer todos los días a la misma hora y conversar juntos, no obstante, durante esa comida todos miran el celular y nadie habla ¿tengo que seguir sentándome a comer a la misma hora de la misma forma hasta que funciones o tengo que hacer un cambio? Tal vez es suficiente con incluir una nueva variable, sentarnos sin celular, o tal vez lo que tenemos que hacer es generar una conversación lo suficientemente nutritiva para que nadie quiera mirar el suyo. Personalmente opto por la segunda. El problema acá es que muchos padres -me incluyo- tenemos una tendencia casi inevitable a solucionar los problemas de nuestros hijos antes de que logren buscar la solución por ellos mismos. Lo vemos como un “regaloneo”, nuestra intención no es más que hacerles la vida más fácil, pero olvidamos que nuestra tarea es darle las herramientas para que puedan desenvolverse en el mundo sin nuestra ayuda y si no les damos la oportunidad de aprender, tendremos adultos que se verán agobiados cuando tengan que enfrentar la vida sin nosotros. Hace unos días me pasó. La profesora del jardín de Amelia puso como ejemplo en la reunión de apoderados por Zoom que era bueno que los niños aprendieran a hacer las cosas solos, que si botaban un vaso de agua -por ejemplo- lo secaran sin ayuda. Pensé en cuantas veces Amelia ha derramado un vaso con agua y lo primero que yo hago es decirle que “eso nos pasa a todos, que no se preocupe” y corro a traer algo con qué secar. ¿Sabrá secarlo ella sola? Pensé, si yo no estoy ¿podría solucionarlo sin mi intervención? Sentí que era tan representativo de lo que no quiero para el futuro de mi hija, no quiero que la agobien las cosas simples, quiero que sepa que ella puede sortear todos los obstáculos que le ponga la vida. No quiero que se paralice ante los conflictos, tampoco quiero que los evite, quiero que los enfrente, que sepa salir adelante por sus propios medios y que tenga muy claro cuando y cómo pedir ayuda si lo necesita. Quiero que si un día no encuentra esa ayuda sepa seguir buscando o continúe hasta ponerse de pie ella sola. Quiero que sepa que la vida es simple, linda y solucionable, que nada es tan terrible para no poder resolverlo. Hace unos días Amelia volvió de derramar un vaso, esta vez de jugo “está bien amor, a todos nos pasa ¿puedes solucionarlo tu?” “Si mamá, con un pañito” me dijo. Partió a la cocina, tomó un paño y secó sin problemas. La vi grande, la imaginé adulta con un problema en el trabajo o con amigas, la vi diciéndome “Si puedo mamá”, siento que era todo lo que necesitaba escuchar. Fuente: Revista Súper Mamá
- Modelando la igualdad
¿Mamá, por qué los hombres no usan aros? Me preguntó Amelia de la nada, yo estaba ordenando la pieza. “Sí usan –le dije-, hombres y mujeres pueden usar aros si quieren y si no quieren no”: Claro, ahora que lo escribo mi respuesta suena muy clara, pero la verdad es que en ese momento titubeé. Lo primero que se me vino a la cabeza era decirle que las mujeres tendían a usarlos más que los hombres o que podían usarlos los dos, pero que las mujeres los utilizaban más, o que habían menos hombres que les gustaban los aros, o que a las mujeres les perforan las orejas de chicas y a los hombres no, en fin. Las respuestas eran muchas y con una gran cantidad de formas de hacerlo mal, esa es la verdad. Es que estamos en otros tiempos, hemos evolucionado y es hora de que nuestra cabeza y forma de comunicar a nuestros niños esté a la altura. Si queremos niñas y niños criados en igualdad y sin prejuicios tenemos que preocuparnos de transmitir en todas las formas comunicativas una manera de ver el mundo sin sesgos. Cuidar nuestro lenguaje, cómo construimos las frases y los mensajes sexistas que muchas veces ocultamos en frases como: “ese juguete o color es de niños (o niñas)”, “los niños no lloran” “las niñas se ven feas enojadas”, es fundamental para generar el cambio cultural que buscamos. Sin embargo, no podemos quedarnos solamente en el lenguaje, la forma en la que actuamos va a modelar las conductas de nuestros hijos muchísimos más que lo que les digamos. No sacamos nada con decirles que tienen que buscar la igualdad de género si después vamos a actuar diferente. Debemos ser consecuentes, aunque nos cueste. Hace unos días estuve leyendo un estudio -un poco antiguo la verdad, pero bueno igual- en el que mediante el modelo experimental mostraron la fuerza del modelaje frente a las instrucciones (Cobos, Soriano y Romero, 2000 -para quienes quieran buscarlo). En términos simples tomaron a un grupo de niños y les daban instrucciones para una acción de forma verbal, luego veían a un modelo niño y a un adulto hacerlo de otra manera. El resultado fue que todos los niños siguieron el modelo de su par por sobre las instrucciones verbales que se les habían entregado. Es decir no implementaban lo que se les decía, hacían lo que el otro estaba realizando. Lo mismo pasó con el modelo del adulto -en menor grado que con el de su misma edad- y es más, estos resultados no cambiaban al introducir reforzamiento como variable. Me explico, los niños mostraron una tendencia superior a seguir la conducta del modelo por sobre las instrucciones verbales, incluso cuando se les premiaba por seguir la instrucción dada, ¿interesante no? Les cuento que a nosotros nos ha pasado muchas veces. Nuestra crianza a la antigua nos traiciona en la forma de relacionarnos y tenemos que estar muy atentos para evitar dar un ejemplo contradictorio a Amelia. Hace un tiempo, bueno, la verdad mucho porque fue previo a la pandemia estábamos los tres; Pipe, Amelia y yo en un café, en un minuto mi marido me dice “la próxima semana tengo que viajar por trabajo, van a ser tres días que voy a estar fuera”. “No hay problema, pega es pega” le respondí. Pasaron unos minutos y nuestro intercambio comunicacional me quedó dando vueltas, algo estaba mal en la forma en la que verbalizamos y necesitaba decírselo. Fue así como le expliqué a mi marido que cada vez que yo tenía que hacer algo por trabajo le preguntaba a él si podía encargarse de Amelia solo y no daba por hecho que tenia que hacerlo: “Si yo tuviera que viajar por trabajo de seguro te habría dicho ¿puedes hacerte cargo tu solo esos días de la casa y de Amelia?; sin embargo, tu asumes que yo sí puedo” le dije. Pipe me miró con esa cara que pone cuando se da cuenta de que cometió un error: “Tienes razón” me dijo, “déjame planteártelo de nuevo. “Amor, la próxima semana tengo que viajar por trabajo durante tres días ¿puedes por favor hacerte cargo de la Ame y de la casa tu sola por esos días?”. Ahí sí, ahí la frase era igualitaria y nadie estaba asumiendo que el otro podía o tendría el tiempo para hacerse cargo, ahí estábamos hablando de igual a igual. Sé que parece una tontera, sé que parece que somos muy quisquillosos con el lenguaje, pero la verdad es que son esos pequeños detalles los que van construyendo realidad en nuestros hijos: Quién cocina, lava la loza, ordena pasa a ser parte del rol que implantamos en ellos, tareas compartidas y trato igualitario, en cambio, hacen que entiendan que todos podemos hacer de todo. Todos tenemos las mismas habilidades y merecemos ser tratados como iguales. No es tan fácil, sobre todo en una sociedad donde todavía las mujeres destinamos 1.000 horas más al año que los hombres a labores del hogar (cifra del INE, 2018). Un mes y medio de trabajo ininterrumpido, eso son mil horas, 41,6 días completos, de 24 horas, de mayor trabajo en el hogar que realizamos las mujeres. Eso, sin tomar en cuenta la carga mental que implica hacernos cargo de compras, pagos, etc. Después nos preguntamos por qué estamos siempre agotadas y tenemos tan altas cifras de depresión. Los invito a mirarnos en cada pregunta que nos hagan nuestros niños. Los invito a dejar de lado esos pequeños estereotipos que casi no vemos y a cuestionarnos nuestro actuar para dar un mejor ejemplo. Los invito a estar consientes de que cada conducta, cada frase puede moldear un futuro con más igualdad. Fuente: Revista Súper Mamá
- Tengo miedo
Tres años con dos meses y Amelia ha empezado a descubrir el miedo. Y, por supuesto, junto con ella nosotros, sus padres, hemos ido descubriendo la angustia de tratar de ayudarla en este proceso. Al ser el miedo es una de las emociones básicas que nos acompaña desde el nacimiento -al igual que la ira y la alegría- lo más probable es que Amelia haya experimentado muchas veces antes esa sensación. Pero esto es distinto, no es ese miedo a los ruidos fuertes que es casi un reflejo inherente al ser humano, estamos hablando de crear miedos en su mente y eso sí comienza a esta edad. Creo que si bien estamos entrando en esa “etapa de los miedos” cuando empiezan los monstruos y todo eso, en nuestros niños se han sumado dos cosas que pueden estar influyendo aún más debido a la cuarentena (lo digo porque he sabido de muchos papás preocupados por lo mismo, niños que empiezan a tener miedos que antes no tenían). Por un lado está el encierro, niños sin ir al jardín e interactuar con otros, sin salir a los parques y con menos vida al aire libre, ha generado que muchos tengan temores que antes no sentían, como a los juegos, al columpio, a trepar un árbol. Amigas me han contado de sus hijos, que antes parecían muy arrojados, y hoy sienten que eso puede ser un riesgo. Cómo no, si estuvieron mucho tiempo sin hacerlo, muchos días en que les dijimos que no se podía por la pandemia. “Algo de peligro debe haber”, pensarán en sus cabecitas. Por otra parte está el efecto televisión. Sí, al igual que muchos padres que pretendíamos mantener a los niños libres de pantalla, nosotros también sucumbimos ante el monitor para entretenerla a ratos en los días de encierro. Si bien nos preocupamos de siempre ver los dibujos animados con ella y elegir los que nos parecieran educativos y acorde a su edad, en muchos de ellos se trata el tema del miedo. Lo que por un lado es muy bueno, pues los ayuda a simbolizar lo que sienten, pero también puede despertar en ellos temores a cosas que antes no sabían que podían ser objeto de peligro. Así, cada vez sé más de niños que están preocupados de herirse, de las arañas, de los monstruos, de quedarse solos. Inevitablemente llega el momento en que los papás vemos cómo nuestro pequeño intrépido tiene miedo a algo que antes no temía, como deja de comer algo que antes comía o se vuelve tímido y retraído, dejando atrás la desbordante personalidad que algunos mostraban cantando y bailando frente a toda la familia. Algunos han visto aparecer la vergüenza en sus hijos y ¿cuál es el primer -mal- impulso que aparece en los padres? Decirles: “¿Pero cómo, si antes eras distinto?”, “Cuando eras chico te portabas mejor”, o “Antes no tenías miedo”. Mala idea ¿no? Si ya son odiosas las comparaciones con otros niños o con los hermanos, imaginen lo que es que los comparen con una versión anterior de ellos mismos, diciéndoles además que el anterior era mejor. Los niños crecen y cambian, igual que los adultos, estamos hechos para cambiar, si nos mantenemos igual no avanzamos y comenzar a crear miedos, nos guste o no, es parte de su desarrollo. Nuestro rol es apoyarlos y acompañarlos para que logren superarlos, nunca criticarlos. Entonces ¿Cómo los ayudamos? Lo primero es saber que tenemos que tomarlos en cuenta. Hay una idea extraña de los adultos de creer que si uno no pone atención a la emoción de un niño ésta desaparece. No sé bien de donde viene eso, pero me imagino que de la creencia, también errónea, de que si no tomas en cuanta una pataleta esta va a desaparecer por arte de magia. Negar la emoción a un niño sólo hace que él aprenda a guardarla y a no comunicarla, pero no desaparece. Una emoción reprimida y negada seguirá dentro y buscará una forma de salir menos sana y más dañina. Tenemos que tener en cuenta, además, que los miedos se generalizan fácilmente. Ya alrededor de 1920, el psicólogo conductista John Watson demostró -en un experimento terrible y muy falto de ética, hay que decirlo, pero bueno, eran otros tiempos- cómo un niño puede ser condicionado a un miedo que antes no tenía. Pero no sólo eso, con el paso del tiempo este miedo comienza a crecer y a expandirse a otros objetos o conceptos similares. Me explico, lo que él hizo fue condicionar al pequeño Albert a temerle a un ratón, sin embargo cuando éste creció, desarrolló miedos a animales, lana, abrigo de piel, cualquier cosa que tuviera alguna similitud al primer estímulo. Así, negar el miedo no hará que desaparezca, sólo será terreno fértil para que se expanda. Es por esto, que lo primero que tenemos que hacer frente al miedo de nuestros niños es contenerlos, apoyarlos y abrazarlos para que sientan que estamos ahí y que los entendemos y escuchamos. Luego de eso tenemos que evitar que se generalice ¿cómo lo hago? Encapsulándolo, dándole forma para que puedan manejarlo y no se extiendan a otros similares. Dibujarlo, por ejemplo es una muy buena estrategia. El dibujo ayuda a los niños a simbolizar, es muy similar a lo que nos pasa a los adultos cuando logramos poner en palabras lo que estamos sintiendo, esa sensación de “ordenar la cabeza” en la que puedo darle nombre a lo que siento y comunicarlo. Para los niños es más fácil simbolizar en el dibujo, por la simple razón de que el dibujo es pre-verbal, aprendemos a rayar y dibujar antes de aprender a hablar por lo que se les hace más fácil expresarse de esa manera. Una vez que ya lo tenemos simbolizado y por ende encapsulado, tenemos que ayudarlos a sentirse seguros. Esta seguridad tiene que tener una relación directa con la naturaleza del temor. Por ejemplo, si es un miedo de la fantasía, como por ejemplo un monstruo bajo su cama podemos darle algo de fantasía para manejarlo. Un spray contra monstruos hecho con un rociador viejo relleno con agua o una luz espanta cuco que lo haga sentir seguro. Si es un temor más real o más adulto como por ejemplo a caerse o a algún insecto, basta con darle la seguridad del vínculo, “yo me voy a quedar acá al lado y así no te vas a caer”, “toma mi mano mientras nos acercamos al insecto para que veas que juntos podemos superar este miedo y que nada malo te va a pasar”. Siempre de a poco, nunca forzándolo, el niño tiene que estar convencido de intentarlo, no presionado por nosotros. Amelia comenzó a tener miedo mientras pasábamos por una esquina cerca de mi casa camino al parque, no quería pasar por ahí y empezó a decirnos que prefería dar la vuelta más larga para evitar ese lugar. Cuando pudo simbolizarlo descubrimos que eran dos perros que había en una casa y que ladraban muy fuerte cada vez que alguien pasaba. Si bien a ella le gustan mucho los animales, estos la atemorizaban. Decidimos hacer un juego, le explicamos que los perros hacen eso porque les llama la atención que alguien pase por fuera de su casa y que es su forma de comunicarse. Luego le ofrecimos pasar de la mano de sus dos papás, uno a cada lado y como lo que le molestaba era el ladrido le pedimos que escogiera una canción para cantarla mientras caminábamos por ahí. Así lo hicimos, la primera vez estaba nerviosa, pero vimos su cara de felicidad cuando logró cruzar, la segunda vez seguía un poco indecisa, pero ella insistió en que quería hacerlo. Ya a la tercera vez nos sorprendió saltando al llegar a la esquina y diciendo “¡papá, mamá, superé mi miedo! Los perritos sólo querían saludarme”. Con Pipe nos miramos orgullosos de nuestra pequeña valiente. Todos tenemos miedo a algo, desde cosas comunes e insignificantes como yo que le temo a las arañas, hasta ese miedo terrible que surge en todos cuando somos padres a que algo les pase a nuestros niños. Se dice que no conoces el miedo real hasta que te conviertes en padre, y creo que es verdad. Pero los miedos de nuestros niños y cómo los ayudemos a enfrentarlos no sólo van a quedar incrustados en su personalidad, también van a influir en cómo van a enfrentar sus dificultades de adulto. Si los minimizamos o ridiculizamos les aseguro que cuando crezcan y tengan un problema van a preferir no contarnos por miedo a que pase lo mismo. Si de niños nos reímos cuando nos dicen que le tienen miedo al cuco, cuando crezcan y alguien les haga daño creerán que nos reiremos también. Si no los tomamos en cuenta cuando sientan pena o miedo, creerán que es mejor guardarse lo que sienten; si no les enseñamos a confiar en nosotros ahora, no esperemos lograrlo a los 15. Apoyémoslos, acompañémoslos y enseñémosles que en familia todo se soluciona más fácil. Fuente: Revista Súper Mamá
- Cambia el cuento
Amelia ama leer, bueno, tiene tres años y un mes, la verdad es que no sabe leer, aunque ella está segura que lo hace muy bien. Se aprende de memoria los libros y luego “hace como que lee” la muy patuda. En realidad -entonces- debería decirles que Amelia ama que le leamos. Este camino no ha sido azaroso. Cuando estaba embarazada me encontré con un una investigación que hablaba sobre cómo el número de libros que existieran en la casa de un niño, tenía una relación directamente proporcional con su capacidad de análisis y rendimiento académico posterior. Es decir, mientras más libros habían en tu casa en tu niñez, mejor desarrollabas tu capacidad intelectual. Me pareció muy coherente ¿no? Más libros, más lectura, más desarrollo cognitivo. Si a eso le sumamos que mi marido es un lector empedernido, dio como resultado que tengamos a nuestra hija rodeada de libros desde que nació. Tenía libros para dormir, unos que parecían cojines para que se acostara sobre ellos, otros de goma para jugar en la tina mientras se bañaba, etc. Nada muy elaborado eso si, lamentablemente los libros en nuestro país son carísimos, así que priorizábamos que fuera algo que ella pudiera manipular y con lo que pudiera jugar, nada muy “elegante”. Conclusión: Amelia ama los libros, y uno de los mejores regalos que alguien puede hacerle es uno. ¿Su favorito? El Principito, le gusta que todas las noches le leamos un par de paginas, sueña con volar entre planetas, cita la frase “lo esencial es invisible a los ojos, solo con el corazón se puede ver bien” y le pidió a Pipe una rosa roja. A mi me encanta verla sumergida en la magia de los libros, sobre todo de lo cuentos que conocemos ahora, llenos de enseñanza, Hace unos días descubrimos unos que hablan de la inclusión, tiene de animales, otros que son sobre los valores y que ayudan a la educación emocional. Pero los clásicos, los que nosotros leíamos, esos si que no. No van a estar dentro del repertorio de mi hija y los que le han llegado de regalo -sin saber mi forma de sentir hacia ellos- pues simplemente se los cambio a medida que se los leo. Quiero dejar algo en claro, no es que odie los cuentos clásicos, no soy una talibana que va por la vida rompiendo los cuentos de la infancia de los mayores de 30 años. Bueno sí, un poco. Es que tenemos que entender que están escritos en otra época, en un mundo distinto en donde no habíamos avanzado en derechos de la mujer e igualdad de género. Pero nuestros hijos van a crecer en un mundo evolucionado y van a necesitar habilidades diferentes a las nuestras, tenemos que entrenarlos en este nuevo mundo. En mi primera columna en esta revista, hace ya un par de años, les hablé sobre la Bella Durmiente y cómo ella era obligada a ocultar sus deseos, no actuar en el mundo y resignarse a esperar a un hombre que la besaba mientras estaba inconsciente -en lo que hoy se sabe, es abuso- e irse a vivir con él sin poder decidir sobre su futuro. Pero nuestra amiga dormida no es la única. Si se fijan en la gran mayoría de los libros la mala es otra mujer, la otra mujer fea que envidia a la niña linda y por eso le quiere hacer daño y no dejarla encontrar el amor. Cuando veo a las mujeres destrozarse unas a otras en las redes sociales, criticar el cuerpo de la otra o cómo se viste como una forma de ofensa sin importar el daño que pueden hacer, pienso en eso. En cómo se nos enseña desde chicas a competir con la otra, a no contar tus proyectos porque te pueden envidiar, a no sentir que la otra es una compañera, sino una rival de la que debes cuidarte. Si quieres ser una princesa tienes que cuidarte de las brujas malas. Bueno ya basta de eso, la sororidad no existía en los libros de cuentos antiguos y ya es hora de dejar de inculcar a nuestros hijos ese mundo de suspicacias y desigualdad. La Sirenita entrega su voz para poder estar con su amor ¡Su voz! Su capacidad de expresar lo que siente y piensa. Luego, viene a tierra firme en busca de un joven que se enamora de ella al verla, pero que no sabe sobre sus valores, forma de pensar o sueños, porque ella no tiene voz para contárselo. Después de eso cambia toda su esencia, deja de ser lo que ella era (sirena) para adaptarse a la vida de su “enamorado”. En la Bella y la Bestia tenemos una joven que trata de salvar a su padre de una bestia que lo tiene capturado, no lo logra y debe salir arrancando del lugar. Luego de eso la bestia la salva de una manada de lobos y aparece un lado bueno de ella, así Bella cambia a la bestia mala y descubre el corazón detrás de la maldad ¿Suena lindo, no? Pero hay mucho simbolismo detrás de esto, no se enojen las fanáticas del cuento por favor, esto son sólo ejemplos y sé que hay mucho más en la historia que estoy simplificando. Pero tenemos un país con tasas de violencia de género muy altas para enseñarles a las mujeres que pueden transformar a alguien malo que las ha dañado, en alguien bueno. Esto de “en el fondo es bueno” o “yo lo voy a cambiar” son conceptos que se incrustan en las mentes de las mujeres que son victima de violencia y perpetúan el ciclo del que les cuesta tanto escapar. A eso hay que sumarle que cada vez que Bella quería arrancar de ese castillo, personas que habían sido convertidas en objetos muy valiosos trataban de retenerla. Un candelabro de oro, vajilla de porcelana, la representación misma de la presión económica que viven muchas mujeres violentadas y sienten que están “atrapadas” porque sus parejas tienen el control financiero. Además del solapado y tremendamente dañino juicio social que viven las mujeres victimas respecto al nivel socioeconómico de sus parejas: “¿cómo va a ser malo, si te da todo?, ¿cómo lo vas a dejar si mira la vida que te entrega?”. ¿Sabían que la dependencia financiera es considerada uno de los factores de riesgo para la violencia? Bueno, yo no conozco ninguna princesa -de las clásicas- que tenga su propio oficio, emprendimiento o maneje su propio dinero. Les aseguro que puedo seguir, este tema no es menor y si vamos cuento por cuento hay mucho que mejorar. Por eso les quiero proponer cambiar el cuento, ya no más princesas desvalidas y hombres que se enamoran de ellas sólo por cómo se ven, ya no más hombres malos idealizados y mujeres envidiosas de los atributos de la otra. Ya no más hombres rudos que no pueden sentir y mujeres que sólo lloran y no actúan en el mundo. Les propongo que Caperucita rete fuertemente al lobo por meterse en la casa de la abuelita, que cuando lleguen los cazadores ella ya esté empoderada y la acompañen a hacer la denuncia. Les propongo que La Sirenita no permita que le quiten su voz y capacidad de opinar, que se haga amiga de Úrsula -la bruja pulpo- que está muy sola y que encuentre la forma de conocerse con su príncipe integrando sus dos mundos tan diferentes, que ninguno de los dos pierda su individualidad. Propongo que Blanca Nieves y los siete enanitos se distribuyan las labores domésticas y que ella no pase el día completo trabajando en la casa para que ellos acepten mantenerla, que vivan juntos en igualdad valorando la labor del otro. Propongo que Bella no se quede con la bestia, que a la primera agresión se aleje y pida ayuda, que no espere que cambie, porque eso no pasa, porque en el ciclo de la violencia está la luna de miel en el que el victimario parece estar arrepentido y haber cambiado, pero la violencia siempre vuelve. Saquemos a Bella del castillo, que su aldea la proteja y que sea feliz con un amor que la haga sonreír y no sufrir. Cambiemos el cuento. Fuente: Revista Súper Mamá
- Ya no tengo guagua: El momento que no queríamos que llegara
Amelia ya es una niña. Sí, siempre lo ha sido dirán ustedes, pero me refiero a que con sus 2 años 11 meses, cada vez que la veo, queda menos de guagua en ella. Ya no hay pañales, mamaderas es independiente en muchas cosas, pide lo que necesita e intenta hacer todo ella sola. Está en esa etapa en la que se viste sola, quiere elegir su ropa y si tiene ganas de ir al baño, simplemente va y me llama sólo cuando está lista. Tengo que confesar que con esto, me pasó lo que nos pasa a todas: por un lado está la tranquilidad y el alivio de que necesitan menos de nosotros y por otro lado el mini ataque de pena y micro duelo que implica aceptar que ya no dependen tanto de uno. Llegando los 3 años, los niños pasan por una explosión de crecimiento que a los padres muchas veces nos cuesta aceptar -por algo muchos deciden tener otro hijo justo cerca de este etapa- que ya no tenemos una guagua, tenemos un niño. El desarrollo del lenguaje en los infantes es tan intenso en esta edad que logran avanzar en su capacidad de pensamiento a niveles que los adultos no alcanzamos a asimilar. Ante esto, aparece nuestra necesidad de aferrarnos a este ser indefenso que nos necesita para todo y hace que pensemos en: tener otro, rogar que no siga creciendo, e incluso hacer todo por mantenerlo dependiendo de nosotros, partiendo, por no dejarlo hacer las cosas solo. Es verdad, se demoran y no hacen las cosas perfectas, claro ¡son niños! Así, he hablado con mamás que se desesperan y terminan poniéndoles la ropa ellas mientras sus hijos piden hacerlo solos, les siguen dando la comida en la boca para que no se manchen e insisten en abrirles los embaces de yogurt aún sabiendo que ellos pueden hacerlo con la excusa de “que no le cueste tanto”. Mi pregunta es ¿es a ellos a quienes los cuesta o es a nosotros los que nos cuesta entender que ya tienen una personalidad y un funcionamiento autónomo y distinto al mío? Los niños ya tienen noción de sí mismos hace rato, y notan sus nuevas habilidades, se sienten orgullosos de ellas y necesitan practicarlas una y otra vez para poder desarrollar las conexiones neuronales necesarias para lograr la automatización de ciertas conductas. Me explico, es como cuando uno aprende a manejar un auto, por ejemplo. Las primeras veces nos llenamos de ansiedad, tenemos que pensar todos los movimientos: “primero el embriague, paso el cambio, y lentamente suelto el pie para presionar el acelerador” son las palabras que pasan por nuestra cabeza, paso a paso, muy lento vamos aprendiendo. Luego de un tiempo, casi sin darnos cuenta, ya dejamos de “pensarlo”, simplemente lo hacemos e incluso nos queda atención para conversar con un acompañante y mirar el paisaje. Hemos logrado la automatización de los movimientos para manejar. Imaginen ahora, que cada vez que se subían al auto y empezaban su proceso de pensar en todo lo que tenían que hacer, venía alguien y les quitaba las llaves con la excusa de que ustedes lo hacían muy lento o de “protegerlos” para que no tuvieran que esforzarse ¿habrían logrado alguna vez la automatización? Más importante aún, ¿cómo se habrían sentido? ¿Se imaginan ahora lo que le hacemos a nuestros niños cuando les decimos “yo te visto que estamos apurado”, o “yo te doy la comida para que no te manches la ropa”? La primera infancia es clave para el autoestima de nuestros niños, sí, sorpresa; no sólo la adolescencia es etapa crucial para el autoestima, la infancia está llena de pequeños momentos que van forjando nuestro autoconcepto. Los niños van aprendiendo para qué son buenos, qué se les hace fácil y su imagen de sí mismos va haciendo que se sientan seguros o que todo se venga abajo. Hacerlos sentir que no están capacitados para hacer las cosas o que son lentos, no hace más que dañar su desarrollo, hacerlos sentir que no son buenos, que no pueden ser independientes y que no tienen las capacidades necesarias para manejarse en el mundo. Día a día hablo con adultos sobre sus inseguridades, me cuentan cómo sienten que no pueden decir lo que piensan, que temen equivocarse y que muchas veces sienten que tienen buenas ideas, pero no las expresan por miedo a decir algo inadecuado. Hablo con ellos y pienso en cómo de seguro muchas veces de niños -sin darse cuenta de las consecuencias que podría tener, claro- les deben haber dicho que no hicieran las tareas solos, que sus ideas no eran buenas, que estaba equivocados y que no sabía cómo resolver los problemas solos. Pienso también que de seguro no es que querían hacerles daño, de seguro muchos de esos papás creía estarlo ayudando al decirle que su idea no era la adecuada y que los adultos sólo saben lo que es bueno para ellos. El mundo de los adultos es tan distinto, muchas veces nos cuesta ponernos en el lugar de los niños y entender que -por ejemplo-, pasar el jugo de un vaso a otro es un gran logro motriz y cognitivo que a ellos les tomó mucho tiempo lograr y del que están muy orgullosos. Pero -lamentablemente- cuando se lo muestran a los adultos ellos ven la mesa mojada por el liquido que se derramó porque no alcanzó a llegar al otro vaso. Imaginen que se esfuerzan muchísimo por lograr algo, cuando lo hacen se sienten bien con ustedes mismos, están felices, pero los demás les dicen que no lo vuelvan a hacer, que han dejado un desastre, que mejor lo hacen ellos para evitar problemas. Entiendo que muchas veces nuestras ganas de regalonearlos hace que queramos hacer las tareas por ellos, que el apuro del día a día nos lleva a perder la paciencia cuando quiere vestirse solo y que nos cueste ver su logro detrás de la mesa mojada porque practicó el trasvasije. Pero es ahí donde tenemos que recordar que nuestro rol como padres no es coartar el desarrollo de nuestros niños, estamos acá para acompañarlos en su crecimiento, no para forjarlos a semejanza nuestra. Es aquí donde la paciencia y empatía son claves, si logro tenerlas con mi hijo le voy a dar el regalo de la seguridad y auto valía ¿No es un regalo mucho más valioso que una mesa sin agua derramada o salir a la hora a la comida familiar sin retrasos porque el niño quiso vestirse solo? Esto no es fácil, eso es verdad, personalmente me está costando. Por temas de salud Pipe no está en la casa y la sensación que tengo es que Amelia se hizo grande de un minuto a otro. De pronto la miro y es una niña que entiende lo que pasa y decide ponerse las zapatillas sola para que yo pueda seguir con las cosas de la casa. De pronto la miro y no quiero que crezca, y quiero mantenerla protegida como mi guagua. Es ahí cuando recuerdo que Amelia no es mía, su rol en la vida no es ser mi guagua, al contrario, mi rol en la vida es acompañarla y prepararla para vivir de forma autónoma y sin mi. Está creciendo, pienso, estoy cumpliendo mi misión. Fuente: Súper Mamá
- Ya duerme de corrido
¿Amelia se sigue cambiando de cama? No se imaginan cuántas veces me han preguntado lo mismo, es como si además de preguntarte el nombre y la edad de tu hijo, su conducta de sueño fuera parte de la identidad. De inmediato yo me lleno de orgullo y digo ‘sí’. Con dos años, diez meses Amelia se duerme en su pieza (desde hace mucho tiempo es así), siempre acompañada por uno de nosotros, le gusta que le dejemos prendida una “lamparita” que proyecta estrellas en su techo y que le pongamos música suave hasta que se duerme. Se acuesta siempre a la misma hora y tiene una rutina fija. Duerme en su cama hasta la madrugada, entonces despierta y nos llama para que la llevemos a nuestra cama a terminar su noche. Sé que para muchos papás la hora de dormir es un gran tema, sobre todo porque en muchos casos las erráticas conductas de sueño de algunos niños pueden hacer que la familia entera se vea afectada y que el descanso de los padres sea casi imposible. Ante esto han surgido cada vez más técnicas, consejos, asesorías y ofrecimientos de entrenamientos milagrosos que prometen devolver el descanso al hogar. Éstas van desde el condicionamiento más clásico y puro hasta estrategias más respetuosas y enfocadas en el apego. Quiero dejarles en claro algo, no soy experta en sueño, pero sí puedo asegurarles dos cosas: uno, ningún hijo sigue durmiendo con los papás hasta la adolescencia y dos, dejar llorar a un niño no debería ser opción para nadie. Los niños necesitan rutinas, eso está muy claro, les da la sensación de seguridad y disminuye la incertidumbre que a nadie le gusta vivir. Prueba de ello es la cantidad de adultos que declara haberse sentido ansioso con esto de la pandemia –según la encuesta Cadem, el 56% de las personas reconocieron haber sufrido crisis e angustia o ansiedad en la pandemia-. No saber qué va a pasar en nuestro futuro angustia muchísimo a un adulto, imaginen lo que hace con un niño que sabe que depende de la estabilidad de sus cuidadores para estar bien. Por ende, tener horarios, rutinas de dormir claras y estables ayuda a la salud mental de nuestros niños. Una rutina de preparación para el sueño, de alrededor de 40 minutos es suficiente para que el cerebro del niño entienda que ya viene la hora de dormir, empiece a “bajar las revoluciones” y logre el descanso. Higiene del sueño, se llama, e implica resguardar el buen descanso preparándonos de forma ordenada y cíclica para poder entrar de forma paulatina al sueño ¿Qué hacer en esa preparación? Depende de cada familia, leer un libro, lavado de dientes, poner pijama, toda la rutina es parte de la higiene del sueño. Algo importante eso si, esta rutina tiene que ser sin pantallas, la luz que desprenden los aparatos electrónicos confunde a nuestro cerebro, lo activan y pueden hacer que toda su preparación para dormir bien se pierda en un encendido de televisión o celular. La rutina ayuda mucho, pero el verdadero secreto para que un niño duerma de corrido es….prepárense…que aprenda a dormirse solo. Así de simple, o parece simple, los niños –al igual que los adultos- se “despiertan” varias veces durante la noche, pero son micro-despertares casi imperceptibles y seguimos nuestro sueño sin problemas. El problema es que los niños no logran hacer esto solos y van a buscar dormir de la misma forma en que la partieron la noche, es decir, la única forma en la que saben dormirse, por ejemplo con los papás al lado. Por lo tanto, si su hijo sabe dormirse solo ¡felicitaciones! Usted ha logrado la clave mágica para un buen descansar. El gran problema está en los niños que no logran hacerlo, porque enseñarles puede ser muy difícil y hasta traumático. Es aquí donde los papás tenemos que poner las cosas en una balanza y pensar hasta donde estoy dispuesto a llegar para enseñarle a dormir solo. Ante esto hay una sola gran cosa que tenemos que tener clara y estoy dispuesta repetirlo las veces que sea necesario: dejarlo llorar no es una opción. Un niño que llora y no es atendido por sus cuidadores eleva sus niveles de cortisol –hormona que liberamos como respuesta al estrés- a niveles que pueden ser perjudiciales para su desarrollo emocional y cognitivo. El cortisol interfiere en la producción de serotonina, que no sólo es la hormona que nos entrega bienestar y felicidad, sino que también ayuda a regular ciclos de sueño, mantienen nuestra energía y regula el apetito. Entonces ¿vale la pena dañar así a mi hijo? Dejarlo llorar “resulta” es verdad, después de un par de noches su hijo dejará de llorar y se dormirá solo. Sin embargo no lo hará porque ya esté bien, se dormirá con los niveles de cortisol igual de elevados que la primera noche, la única diferencia será que aprendió que si pide ayuda ésta no llega, que sus padres no estarán cuando él los necesite, que no saca nada con seguirlos llamando porque ustedes no responderán. Lo peor de todo esto es que nuestras experiencias tempranas marcan las futuras y tendremos adultos que no saben pedir ayuda cuando lo necesitan, que desconfían de los demás o que sienten que nadie puede ayudarlos cuando tienen un problema. “Es sólo un par de horas de llanto versus noches de tranquilidad que ayudarán a su hijo” leí por ahí. No, no son sólo un par de horas, ese par de horas en la vida de una guagua es muchísimo tiempo, si quieren imaginar un equivalente imaginen que su pareja –o alguien que debería quererlos y en quienes ustedes confíen que no querría hacerles daño- los toma sin avisarles, los lleva a un lugar desconocido y que se ve peligroso, de noche y los deja ahí, solos, sin teléfono ni posibilidad de pedir ayuda. Gritan su nombre constantemente esperando que vuelva a buscarlos, pero no aparece, tienen miedo y está obscuro. Cansados de tanto gritar se duermen y al día siguiente la persona que los dejó ahí aparece como si nada y te felicita por lograr pasar la noche completa en ese lugar ¿volverían a confiar en ellos? ¿entenderían que lo que querían era que aprendieran a dormir? Me imagino que no, y pueden decirme exagerada, pero es la realidad, para un niño pequeño su propia pieza puede ser un mundo inmenso si siente que no tiene a sus papás cuando los llama. Sin el cuidado de sus papás, puede sentirse igual que si estuviese en el lugar más terrible que un adulto pueda imaginar. Sé que llegará el día en que Amelia deje de cambiarse de cama, sé que en algún momento las desveladas nocturnas no serán para traerla a dormir con nosotros, si no que de preocupación porque estará en una fiesta con jóvenes de su edad o en alguna salida de estudios. Por ahora soy feliz sabiendo que cada vez que nos llame correremos a responder a sus necesidades, me tranquiliza saber que ella sabe que sus papás están ahí para ella, y nosotros disfrutamos el privilegio de abrazarla al dormir y de despertar con un “buenos días mamá y papá”. Fuente: Revista Súper Mamá
- ¿Por qué?
Dos años y siete meses y llegó el temido momento. Muchos me hablaban de este proceso, pero pocas veces uno se imagina del nivel de intensidad al que puede llegar. Amelia está oficialmente en la etapa de los por qué. “¿Mamá por qué mi nombre empieza con A?” y ¿Por qué tu querías ponerme así?” y “¿Por qué te gustaba?”, así podemos pasar horas en una conversación circular y monotemática. Igual, no puedo negar que es divertido, ella pregunta y yo respondo de forma corta y precisa; sin embargo, se las arregla para seguir cuestionando. Es una etapa llena de magia en la que los niños han alcanzado el desarrollo del lenguaje suficiente para querer ir más allá. Su hemisferio izquierdo está lleno de conexiones neuronales y quiere aprovechar de entrenar estas nuevas funciones del lenguaje ¿qué tenemos que hacer los papás? No desesperar, nunca ridiculizar sus preguntas y tratar siempre de dar respuestas simples y claras que le permitan seguir cuestionando. Lo que más estimula a los niños es la pregunta y el vínculo que tiene con la persona a la que se la hace, no la respuesta. Bueno, estábamos en esto de no parar de preguntar cuando un día viendo programación infantil –sí, somos parte de los cientos de padres que perdimos la batalla contra las pantallas durante el confinamiento- aparecen unos llamados Pica o algo así. Son dos hombres y una mujer que bailan canciones infantiles, creo que son españoles. Bueno, el punto es que Amelia me mira y me dice: -“¿Mamá por qué son dos hombres y una sola mujer?” - “Porque así es ese grupo, mi amor”, respondí casi sin pensarlo. - “Pero mamá, deberían ser dos mujeres y dos hombres” - Mi respuesta para salir del paso fue “tal vez la otra mujer no fue a cantar ese día”. Amelia siguió viendo tele, pero con Pipe nos miramos y pudimos ver cómo detrás de esa simple pregunta, que de seguro para nuestra hija era una más de miles, había una explicación que sí íbamos a tener que darle algún día. Algún día voy a tener que explicarle a mi hija que el mundo históricamente no ha sido parejo para las mujeres, que para que pudieran votar hubo muchas que tuvieron que dar la pelea, que no siempre tuvimos los mismos derechos y que en nuestro país y en muchos otros todavía no los tenemos. Sí, sé que es mucho adelantarme a una pregunta que más bien refleja –para orgullo mío- que está empezando tener noción de cantidad y no que logró dilucidar la disparidad de género o mucho menos que entiende lo que es la ley de cuotas. Pero con sus dos años siete meses logró ver que faltaba una mujer para que las cosas fueran parejas en ese grupo; lo mismo pasa en las empresas, el gobierno, el senado y muchos otros. Según la OCDE, las mujeres todavía ganamos entre un 15 y un 20% menos que los hombres. Esta brecha además sólo se acrecienta a medida que nos educamos, es decir, la diferencia es más grande cuando hablamos de personas con post grados, por ejemplo. Así, las mujeres nos esforzamos por educarnos para tratar de igualarnos a las ganancias que obtienen los hombres, sólo para darnos cuenta que se sigue agrandando la brecha. Según la revista FORBES sólo un 5% de los directorios de grandes empresas en el mundo tienen mujeres en sus filas, en Chile se limita a un 3%. Así, la pregunta inocente de Amelia deja de ser tan inocente ¿no les parece? Esa noche lo hablamos con Pipe, yo le preguntaba cómo vamos a enseñarle igualdad en un mundo que es tan desigual, en derechos sobre todo, que a mi parecer es lo más importante. Sé que ante estos temas aparecen muchas caricaturas “es que no somos iguales”, me dijo una vez una señora, “ellos son hombres y nosotras mujeres”. “Mire, descubrió América”, fue mi primer impulso a responder. Por respeto a sus años no lo hice, pero no se trata de eso. Todos somos diferentes y eso es muy bueno, jamás querría que las mujeres fuéramos iguales a los hombres porque en nuestras diferencias radica nuestra valía, en ambos casos. Estoy hablando de brecha laboral, de diferencias en las isapres (parece que acá se va avanzando), en contrataciones, en que si nos casamos sin separación de bienes nosotras no podemos administrar los bienes del binomio, en cambio el hombre sí porque es considerado más idóneo para hacerlo. Lo peor de todo es que en medio de esta conversación con mi marido nos dimos cuenta que no sólo tendremos que explicarle las diferencias de derechos que tienen las mujeres, también las de las consideradas minorías, ahí si las que cosa se nos viene difícil como padres. ¿Cómo explicarles que no todas las personas tienen derecho a casarse en nuestro país? ¿cómo le explicamos que hay personas que no pueden vivir su sexualidad sin miedo? El 2016 se publicó en la Revista Médica de Chile una revisión sistemática hecha entre los años 2004 y 2014. Arrojó como resultado que entre las personas LGB la propensión al intento de suicidio estaba entre un 20 y un 53% ¿la razón? Vivir con miedo en una sociedad que los rechaza y los priva de sus derechos ¿Cómo les explicamos a ellos que se rechaza lo desconocido porque es más fácil que darse el trabajo de aprender? ¿Cómo le explico a mi hija que aún hay gente que elije vivir desde el prejuicio? Así si vamos un poco más a lo social nos va a preguntar ¿porqué no todos tienen derecho a la misma educación? ¿Por qué la brecha económica es tan dura en nuestro país? Vamos a tener que explicarle de alguna manera que parece casi imposible que todavía el lugar donde naciste determina en gran parte tu futuro y cómo será tu vida. Vamos a tener que explicarles que hay barrios estigmatizados de los cuales es muy difícil salir porque, por el hecho de vivir ahí, no te dan trabajo. Al igual que Amelia, nuestra cabeza se llenó de preguntas y llegaron pocas respuestas. Sólo sé que cuando hablemos de minorías –sea cual sea- nunca usaré la palabra “tolerancia”. Sé que ha sido muy manoseada últimamente, pero yo no quiero enseñar a mi hija a tolerar a otro, quiero enseñarle que el otro es un igual y que desde ahí se parte por respetar sin importar quién sea. Quiero que sepa que ella no tiene más ni menos derechos que nadie en este mundo. Quiero que pelee por los derechos de ella, por los de los demás, por lo que cree y si hay una causa en la que no crea, quiero que luche por el derecho de los otros de pensar distinto a ella. Sé que un día Amelia me va a preguntar ¿por qué todavía no hay igualdad en tantos ámbitos de nuestra sociedad? Probablemente igual que hoy no voy a tener respuesta. Sólo sé que voy a poder recordarle que cuando tenía dos años y siete meses se cuestionaba todo, voy a decirle que siga haciéndolo, que nunca deje de cuestionarse en su vida, voy a decirle que cuestionarse y trabajar por cambiar las cosas, es lo que hay que hacer. Voy a decirle que ella puede cambiar el mundo, porque eso es lo que realmente importa, nunca dejar de preguntarse y siempre soñar y trabajar por un mundo para todos. Fuente: Revista Súper Mamá
- Perdiendo el tiempo en cuarentena
Advertencia, esta es una columna liviana. Les pido que la lean sólo pensando en lo domestico, estoy consiente de que los problemas que ha acarreado la pandemia son mucho mayores, desde el aumento de la violencia intrafamiliar hasta las pérdidas humanas producto del virus. Ya habrá tiempo y cabeza para analizar lo que hemos vivido, por ahora vamos por lo más fácil de digerir. Hoy quiero que pensemos en la cuarentena, no en el Covid-19 que trae consigo muchas más aristas, penas y angustias. Quiero que pensemos en la cuarentena de una mamá, de una mujer que hasta hace un tiempo llevaba una vida normal, con una buena relación de pareja y un buen manejo de sus tiempos. Ahora imaginamos a esa mujer en cuarentena. Que levante la mano quien no ha vivido el tiempo de encierro como una montaña rusa en lo emocional y en su rutina. Quienes hayan podido hacer este ejercicio de cuidado personal y del otro, apuesto a que la cosa fue mas o menos así: partimos todos con la idea de que haríamos de este tiempo lo mas productivo posible, organizamos los horarios, incluyendo gimnasia, horas de juego, trabajo, tareas con los niños, etc. A los tres días ya sabíamos que hacer todo eso que queríamos era imposible. Después venía el ataque de tratar de hacerlo todo, pero con estrés. Levantarse temprano, trabajar todo el día y ese maldito enojo que aparecía cuando tus amigas sin hijos alegaban porque se les habían terminado las series para ver en el tele ¿cómo pueden quejarse de sobra de tiempo? Yo, con mi única hija y un marido bien partner en las labores del hogar, no daba más. Entre el trabajo, la casa y Amelia ya no tenía tiempo para nada. En varias de mis clases de la U se coló la voz de mi hija pidiendo atención y muchas veces se me olvidó entregar una nota a tiempo. Les confieso que llegó un momento que en los 10 minutos de recreo que le daba a mis alumnos entre clase y clase ¡me ponía a barrer! El problema acá es que culturalmente las mujeres somos algo así como una versión humana de un pulpo multifuncional y poliexigido. Hemos ganado espacio en la sociedad, hemos logrados más derechos e igualdad, eso es maravilloso. Pero según el INE al 2015 –esperemos haya existido alguna mejora en estos años- el 97,7% de las tareas del hogar las hacía la mujer. Les puedo asegurar, además, que incluso en los casos que la distribución de las tareas es más equitativa, la carga mental la seguimos llevando nosotras. Me refiero a que si bien hay parejas que tiene mucho mejor distribuidas las tareas, somos las mujeres las que supervisamos todo, las que estamos siempre un día –o una semana- adelante pensando en que no falte detergente, que la comida saludable, que hay que comprar verduras, en fin, organizando y planeando todo. La carga cognitiva que tenemos es, generalmente, muy superior a la de nuestras parejas en lo que materia domestica se refiere ¿los culpables? Nosotras mismas. Nosotras mismas que queremos hacerlo todo, que nos sobreexigimos en una sociedad que nos hace sentir que tienes que hacerlo todo bien. Que ser exitosa es ser regia, tener un buen trabajo, niños bien educados, una casa preciosamente arreglada, cocinar rico y no dejar de ser sensuales. Una cosa muy parecida a Samantha de la Hechizada pero con teletrabajo (las menores de 30 tendrán que googlear quién era). Así en medio de todo esto me empecé a encontrar con dolores de espalda por mover los muebles apurada para poder limpiar bien y rápido, mucho más enojona de lo normal y sin disfrutar del tiempo extra familiar que estábamos teniendo, que era un sueño hecho realidad. El punto culmine fue cuando Amelia empezó a hacer pataletas. Les he contado en otras columnas que su desarrollo del lenguaje es bueno, y ha aprendido a expresar emociones, por lo que, si bien es muy buena para alegar y poner sus puntos de vista, nunca antes fue de pataletas. En ese momento me acordé de lo importante que es estar bien para que ella también lo esté. Para un niño sus padres son el mundo entero, les cuenta entender que el mundo sigue rodando más allá de lo que ellos conocen y su centro somos quienes los cuidamos. Nosotros les presentamos el mundo, nosotros les mostramos si la vida es feliz o es amarga, estresada o relajada. Si yo le enseño a un niño que la manzana es mala él crecerá pensando que es así, y solo de grande podrá cambiar de opinión -si logra atreverse a probarla-. Si le enseño que estar en familia es estresante, que es más importante el aseo que estar juntos, que la mamá se pone enojona en lugar de disfrutar el sueño de estar todo el día en casa, estoy marcando un camino que no quiero para mi hija. No somos perfectas, punto. El mejor ejemplo de que no lo somos es que cuando intentamos serlo nos volvemos una peor versión de nosotras mismas. Tratar de ser perfecta solo te va a llevar a estar mas estresada, menos conectada con lo que de verdad importa y menos feliz. Estamos en una pandemia ¿de verdad alguien cree que es este el momento de tratar de ser perfecta? A verdad es que suena tan ridículo como si justo el día en que te rompes una pierna decides empezar a correr maratones. Primero lo esencial, primero ponte yeso y recupera tu pierna, si quieres después, cuando ya esté sana te pones a correr. Así, dejé de tratar de aspirar todos los días, si un día no alcanzo a preparar comida sana las pastas pre-hechas me salvan y si Amelia desordena su pieza los juguetes pueden permanecer un buen rato en el suelo. Les dije a mis alumnos que mi hija puede aparecer en medio de una clase, le pedí a Pipe que hiciéramos una lista de tareas, pero que no importa si el otro no lo logra y nos prometimos darnos espacio para comer juntos y conversar. Nadie estaba preparado para lo que estamos viviendo, pero si hay algo que tengo claro es que la salud emocional de mi hija y la felicidad de mi familia siempre va a ser más importante que la ropa planchada o una casa ordenada. Ahora Amelia ya no hace más pataletas, anda mas regalona que nunca y pegada a nosotros. Con Pipe todas las noches la acostamos juntos, esperamos que se duerma y preparamos algo rico para comer. Nos sentamos a conversar y pololear como si estuviéramos en el mejor restorán del mundo y si bien hay días en que tenemos que mover los juguetes que están sobre la mesa para poder comer o pisamos lápices de cera mientras caminamos, sabemos qué es lo que realmente importa. Cuando Amelia recuerde esta etapa sabrá que su mamá era increíblemente imperfecta, que su casa a ratos era un caos, pero que estaban juntos llenos de amor y manteniendo la esperanza. Escuché por ahí que, si alguien no salía de esta pandemia con un libro leído, un curso hecho o una nueva habilidad había perdido su tiempo. Con todo respeto no estoy para nada de acuerdo. Todos estamos tratando de sobrellevar esto como podemos, todo es válido. Yo solo diría, si no sales de esta pandemias sabiendo que lo que realmente importa es el amor entonces habrás perdido tu tiempo. Fuente: Revista Súper Mamá
- Sin miedo a la incertidumbre
Esta columna estaba casi lista, se trataba de la entrada de Amelia al jardín y de lo extraño que es volver a tener algo de tiempo libre como madre. Sin embargo, todo lo que llevaba escrito deberá quedar para más adelante. Porque Amelia ahora está en casa, está sin jardín porque Chile está partiendo cuarentena preventiva por coronavirus, las autoridades pidieron quedarse en casa. Por eso esta es una columna que cuesta escribir, porque se va a publicar en unas semanas a partir de ahora y la verdad no sé en qué situación vamos a estar como país de aquí a esa fecha. “Les hablo de la cuarentena”, pensé; ¿y si cuando se publique ya se terminó?, “Entonces voy a hablar sobre el regreso a la rutina”, ¿y si cuando se publique seguimos resguardados? La verdad es que la incertidumbre hace que me cueste encontrar una forma de afrontar esto. Lo que pasa es que la incertidumbre es la emoción más difícil de llevar para el ser humano, evitarla es la razón por la que terminamos organizando todo. Por eso nos regimos por horarios, por calendarios, por normas que nos ordenen y organicen para evitar tener que decidir día a día cuál será el siguiente paso en mi vida. A los niños la incertidumbre les llega aún más fuerte que a los adultos. Hay que entender que para ellos el mundo es mucho más grande que para nosotros. Se les hace más difícil entender que las cosas puedan cambiar y les asusta sentir que no hay certezas. Es por esto que los niños más seguros de sí mismos son los que tienen padres que les entregan rutinas que les permiten predecir lo que va a pasar. De hecho en psicología se plantea que una de las cosas más importante para criar hijos sanos es la consistencia de los cuidados. Esto quiere decir que sin importar si hay muchas o pocas reglas, si quieres ser relajado o más estricto, lo importante es que el niño sepa cómo vas a reaccionar y que pase lo que pase nunca dejarás de estar ahí para él, que nunca dejarás de quererlo y de protegerlo. Para evitar la incertidumbre somos capaces de ponernos de acuerdo en cómo vivir y guiarnos por el “deber ser”, casi como una forma de asegurarnos de tener una hoja de ruta para no perdernos. El problema es que también nos llevan a aceptar el mundo tal cual nos lo presentan y no cuestionar dogmas o paradigmas. Esto nos hace la vida más fácil, es verdad, pero también nos cierra a ver qué hay más allá de lo que nos han mostrado. Ejemplo de esto es que muchas de nosotras, las que vivimos la década de los 90, no veíamos el machismo imperante en chistes de comediantes que se paraban en escenarios diciendo cómo las mujeres no pueden parar de hablar o mofándose –sí, tal cual- de la violencia intrafamiliar. No lo veíamos con claridad, así como hace un par de años muchos no vieron la violencia detrás del video de una madre que cantaba a las tías del jardín de sus hijos y los golpeaba en la cabeza para que le dejaran “escuchar cómo se escucha”. Cuando alguien me lo mostró como un chiste, le dije “me parece horrible, esos niños no se asustan con el golpe, eso quiere decir que han sido golpeados antes”. Así la percepción de las cosas va evolucionando casi sin darnos cuenta, pero como es lento no genera tanta incertidumbre como lo que vivimos ahora. No obstante, hay quienes sí la viven constantemente, hay quienes buscan incomodarse en su mundo y hacer las cosas simplemente diferente. Son esos emprendedores innatos, los que no necesariamente tienen una empresa o venden algo novedoso. Esos que decidieron decir no a cómo las cosas estaban establecidas. Son las “Eloisas Diaz” que deciden estudiar medicina cuando estaba prohibido para las mujeres, son las “Amelias Earhart” que decide volar cuando no existían pilotos mujeres ¿creen que ellas no tenían incertidumbre? ¿qué ellas no tenían miedo al futuro incierto? Apuesto que sí, pero decidieron seguir adelante a pesar de eso. En un momento con todo esto que está pasando del covid-19 le dije a Pipe “tengo mucho miedo”. ¿Saben algo?, mi miedo es válido, no puedo saber qué va a pasar y solo podemos tratar de ayudar a no propagar esto quedándonos en casa y obedeciendo todas las medidas necesarias. Me imagino que en este momento muchos lo tienen, pero también pienso en que si le enseño a mi hija a tener miedo nunca logrará romper con lo establecido. El miedo es la única emoción que paraliza, que no lleva a nada, que mantiene tu vida quieta. Hasta el enojo te mueve hacia algo, ni hablar del amor y la alegría que para mi son lo que realmente mueve el mundo. No sé qué va a pasar cuando lean esta columna, no tengo certezas y la incertidumbre es grande. Tampoco sé bien cómo dar certezas a nuestros niños, solo sé que tenemos que seguir manteniéndoles un mundo lo suficientemente estable para que puedan crecer sintiéndose seguros, pero también lo suficientemente libres para que puedan atreverse a romper con lo establecido. Por ahora en el encierro trataré de mantener las rutinas de Amelia, pero también le he dicho que esto lo vamos a ganar juntos y sin miedo, porque el miedo no va a ganarle a este virus, son nuestras acciones y las de los científicos las que sí lo harán. Quiero que mi hija y sus hijos crezcan seguros, pero también creo que con esto pueden aprender que juntos podemos, que quedarse en el miedo no sirve de nada y que hay que ir más allá y actuar. Se vive sin miedo. Fuente: Revista Súper Mamá