“¿Mamá, por qué tú no tienes papá?” Fue una pregunta que hace unos meses Amelia me hizo de la nada. “Mi papá tiene a mi abu Yoya y a mi tata Luis, tú sólo tienes a mi abu ¿y tu papá?”, fue como siguió su cuestionamiento.
“Sí tengo papá”, le contesté. “Es tu tata Sergio, el de la foto del living al que siempre le pedimos que nos cuide ¿te acuerdas?”. Amelia me miró con cara de alivio, sonrió y me dijo “que bueno que tienes papá! Yo creía que tenias pura mamá, ¡qué bueno!”.
La conversación quedó ahí por un tiempo, yo tenia muchas ganas de explicarle mil cosas. Si bien le hablo de mi padre nunca le había contado directamente que había muerto. Sin embargo, siempre he sabido que los niños van preguntando a medida que ellos están preparados para saber, así que no insistí y esperé.
Tal como era esperable llegó el momento en el que se llenó de preguntas sobre la muerte. Así, con sus 4 años 2 meses tenemos la fortuna de que no ha tenido que enfrentar ninguna muerte cercana, pero que mi padre haya muerto antes de que ella pudiera conocerlo ha sido un tema recurrente. “¿Por qué tu papá se murió? ¿por qué yo no lo conocí? ¿Dónde está ahora tu papá?, me habría gustado conocerlo ¿él sabe que yo nací?”
Sé que es un tema del que a muchos no les gusta hablar, existe una suerte de veto en el que nadie quiere transgredir, algunos creen que es “llamar a la mala suerte”, otros simplemente lo evitan porque resulta doloroso, pero la verdad es que es parte de la vida y tomarlo como tal también implica aceptar que nuestros niños tienen derecho y la necesidad de saber.
Afortunadamente con Pipe solemos hablar sobre de ello -probablemente porque mi padre murió cuando yo tenía sólo 17 años- , siempre ha sido un tema que aparece en nuestras conversaciones. Por eso, cuando Amelia comenzó con sus preguntas ya sabíamos cómo lo íbamos a abordar. Así, mi primera recomendación al respecto es que hablen sobre la muerte entre adultos, estén preparados para saber cómo se lo van a plantear a sus hijos, independiente de lo que crean, si es el cielo, la convención religiosa, científica, más espiritual. Lo que a ustedes les haga sentido, cuestionémonos en cómo se lo vamos a enseñar a nuestros niños. No es algo banal, les entregará las directrices del paradigma bajo el cuál vamos a criarlos en nuestra familia.
Sea cual sea su creencia, la psicología nos enseña que es importante ser concretos, no usar metáforas o eufemismos que los niños por su desarrollo cognitivo no logran entender. Recuerden que los niños son concretos, la abstracción se logra más grandes por lo tanto si por ejemplo le digo a un niño que el familiar que perdieron se “durmió” puede que comience a tener miedo a dormir, o a que otros lo hagan. Sé que duele, sobre todo cuando es un duelo que está ocurriendo en el momento -no como en nuestro caso que es explicarle algo que ya pasó hace tiempo- sin embargo, hay que hacer el esfuerzo y siempre decir la verdad; “se fue de viaje” “ya va a volver” o “cuando seas mas grande lo vas a entender”, sólo los llena de fantasías que pueden ser muy angustiantes, sumado al doble duelo que experimentan cuando descubren la verdad.
Cuando hay un duelo, hay pena, las personas lloran y lo pasan mal por mucho tiempo. Un duelo promedio dura entre seis meses y un año, y hasta dos años dependiendo de las características de la pérdida. No podemos hacer que los niños queden fuera de este sentimiento, es bueno explicarles que está bien tener pena, que los adultos también la tienen y que esa pena dura mucho tiempo. Es común que las familias eviten por ejemplo llorar frente a los niños; sin embargo, hay que recordar que los niños sienten y perciben las emociones de los adultos y que necesitan saber que las emociones se expresan. El desborde emocional los asusta, eso es verdad porque implica descontrol, por lo que claro que hay momentos en los que es mejor resguardarlos. No obstante, la expresión regulada de las emociones los ayuda a expresar las propias, a sentir que vale la pena vivir lo que uno siente y que no es bueno reprimirse.
Es importante también incluir a los niños en los ritos. Antiguamente estaba la idea de que no era bueno que asistieran a velorios o funerales, pero hoy se sabe que los ritos de despedida son tan importantes para un niño como para un adulto. Incluirlos no sólo los valida, implica respetar sus emociones, su derecho a un cierre y los hace sentir parte de algo mayor. Los ayuda a entender que el duelo se vive en comunidad, con su familia y que no está solo en lo que está sintiendo. Es importante hablarlo entre adultos y ver en qué rito sienten que es mejor para ellos incluirlos.
El duelo se vive en varias formas, cada quién va a enfrentarlo y a expresar sus emociones de forma diferente, respetar al otro acá es fundamental. Algunos lloran más, otros se aíslan y muchos hasta se enojan, explicarles a los niños que todos están pasándolo mal puede ayudarlo a entender los cambios que vive una familia en el proceso. Puede ayudar a los adultos también. Un duelo nunca es fácil, es algo que nadie quiere vivir, pero que -sin embargo- todos sabemos que alguna vez en la vida pasaremos por ello.
En las etapas del duelo antiguamente se planteaba que la ultima fase era la “resignación” en donde las personas asumíamos la pérdida como algo permanente y aprendíamos a vivir en dolor. Hoy en día se habla del “reposicionar a la persona fallecida”, personalmente esto me hace mucho más sentido. Es ese momento en el que logras poner a tu ser querido en un lugar dentro tuyo, donde tiene un nuevo espacio en tu mente, donde puedes acceder a él cuando quieras y sigue acompañándote ahora desde ti mismo. Es ese momento en el que te das cuenta de que puedes recordarlo con alegría, que sabes perfectamente qué habría dicho en alguna situación o que incluso puedes imaginar su voz diciéndote una frase en determinado momento, aun cuando eso nunca haya pasado mientras estaban juntos. Es entonces cuando aprendemos a vivir de nuevo, en esta nueva forma de seguir manteniendo a nuestros seres queridos con nosotros.
Amelia ya entiende, en parte, qué es la muerte. Espero que pasen muchísimos años antes de que tenga que enfrentar una cercana, nunca nadie está preparado, pero por lo menos ya sabe que es parte de la vida. Hace unas semanas nos pidieron rezar, mandar energías, lo que cada uno creyera por un niño que estaba enfermo. No lo conocíamos, pero por supuesto lo hicimos, cuando el explicamos a Amelia ella dijo “Mi Tata Sergio era el mejor doctor, le voy a pedir a él que lo sane”, con Pipe nos miramos orgullosos, nuestra hija está creciendo y entendiendo la vida, con ello también la muerte.
Fuente: Revista Súper Mamá
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