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Foto del escritorPamela Lagos

Tengo miedo

Tres años con dos meses y Amelia ha empezado a descubrir el miedo. Y, por supuesto, junto con ella nosotros, sus padres, hemos ido descubriendo la angustia de tratar de ayudarla en este proceso.


Al ser el miedo es una de las emociones básicas que nos acompaña desde el nacimiento -al igual que la ira y la alegría- lo más probable es que Amelia haya experimentado muchas veces antes esa sensación. Pero esto es distinto, no es ese miedo a los ruidos fuertes que es casi un reflejo inherente al ser humano, estamos hablando de crear miedos en su mente y eso sí comienza a esta edad.


Creo que si bien estamos entrando en esa “etapa de los miedos” cuando empiezan los monstruos y todo eso, en nuestros niños se han sumado dos cosas que pueden estar influyendo aún más debido a la cuarentena (lo digo porque he sabido de muchos papás preocupados por lo mismo, niños que empiezan a tener miedos que antes no tenían).


Por un lado está el encierro, niños sin ir al jardín e interactuar con otros, sin salir a los parques y con menos vida al aire libre, ha generado que muchos tengan temores que antes no sentían, como a los juegos, al columpio, a trepar un árbol. Amigas me han contado de sus hijos, que antes parecían muy arrojados, y hoy sienten que eso puede ser un riesgo. Cómo no, si estuvieron mucho tiempo sin hacerlo, muchos días en que les dijimos que no se podía por la pandemia. “Algo de peligro debe haber”, pensarán en sus cabecitas.


Por otra parte está el efecto televisión. Sí, al igual que muchos padres que pretendíamos mantener a los niños libres de pantalla, nosotros también sucumbimos ante el monitor para entretenerla a ratos en los días de encierro. Si bien nos preocupamos de siempre ver los dibujos animados con ella y elegir los que nos parecieran educativos y acorde a su edad, en muchos de ellos se trata el tema del miedo. Lo que por un lado es muy bueno, pues los ayuda a simbolizar lo que sienten, pero también puede despertar en ellos temores a cosas que antes no sabían que podían ser objeto de peligro.


Así, cada vez sé más de niños que están preocupados de herirse, de las arañas, de los monstruos, de quedarse solos. Inevitablemente llega el momento en que los papás vemos cómo nuestro pequeño intrépido tiene miedo a algo que antes no temía, como deja de comer algo que antes comía o se vuelve tímido y retraído, dejando atrás la desbordante personalidad que algunos mostraban cantando y bailando frente a toda la familia. Algunos han visto aparecer la vergüenza en sus hijos y ¿cuál es el primer -mal- impulso que aparece en los padres? Decirles: “¿Pero cómo, si antes eras distinto?”, “Cuando eras chico te portabas mejor”, o “Antes no tenías miedo”. Mala idea ¿no? Si ya son odiosas las comparaciones con otros niños o con los hermanos, imaginen lo que es que los comparen con una versión anterior de ellos mismos, diciéndoles además que el anterior era mejor. Los niños crecen y cambian, igual que los adultos, estamos hechos para cambiar, si nos mantenemos igual no avanzamos y comenzar a crear miedos, nos guste o no, es parte de su desarrollo. Nuestro rol es apoyarlos y acompañarlos para que logren superarlos, nunca criticarlos.

Entonces ¿Cómo los ayudamos? Lo primero es saber que tenemos que tomarlos en cuenta. Hay una idea extraña de los adultos de creer que si uno no pone atención a la emoción de un niño ésta desaparece. No sé bien de donde viene eso, pero me imagino que de la creencia, también errónea, de que si no tomas en cuanta una pataleta esta va a desaparecer por arte de magia. Negar la emoción a un niño sólo hace que él aprenda a guardarla y a no comunicarla, pero no desaparece. Una emoción reprimida y negada seguirá dentro y buscará una forma de salir menos sana y más dañina.


Tenemos que tener en cuenta, además, que los miedos se generalizan fácilmente. Ya alrededor de 1920, el psicólogo conductista John Watson demostró -en un experimento terrible y muy falto de ética, hay que decirlo, pero bueno, eran otros tiempos- cómo un niño puede ser condicionado a un miedo que antes no tenía. Pero no sólo eso, con el paso del tiempo este miedo comienza a crecer y a expandirse a otros objetos o conceptos similares. Me explico, lo que él hizo fue condicionar al pequeño Albert a temerle a un ratón, sin embargo cuando éste creció, desarrolló miedos a animales, lana, abrigo de piel, cualquier cosa que tuviera alguna similitud al primer estímulo. Así, negar el miedo no hará que desaparezca, sólo será terreno fértil para que se expanda.


Es por esto, que lo primero que tenemos que hacer frente al miedo de nuestros niños es contenerlos, apoyarlos y abrazarlos para que sientan que estamos ahí y que los entendemos y escuchamos. Luego de eso tenemos que evitar que se generalice ¿cómo lo hago? Encapsulándolo, dándole forma para que puedan manejarlo y no se extiendan a otros similares. Dibujarlo, por ejemplo es una muy buena estrategia. El dibujo ayuda a los niños a simbolizar, es muy similar a lo que nos pasa a los adultos cuando logramos poner en palabras lo que estamos sintiendo, esa sensación de “ordenar la cabeza” en la que puedo darle nombre a lo que siento y comunicarlo. Para los niños es más fácil simbolizar en el dibujo, por la simple razón de que el dibujo es pre-verbal, aprendemos a rayar y dibujar antes de aprender a hablar por lo que se les hace más fácil expresarse de esa manera.


Una vez que ya lo tenemos simbolizado y por ende encapsulado, tenemos que ayudarlos a sentirse seguros. Esta seguridad tiene que tener una relación directa con la naturaleza del temor. Por ejemplo, si es un miedo de la fantasía, como por ejemplo un monstruo bajo su cama podemos darle algo de fantasía para manejarlo. Un spray contra monstruos hecho con un rociador viejo relleno con agua o una luz espanta cuco que lo haga sentir seguro. Si es un temor más real o más adulto como por ejemplo a caerse o a algún insecto, basta con darle la seguridad del vínculo, “yo me voy a quedar acá al lado y así no te vas a caer”, “toma mi mano mientras nos acercamos al insecto para que veas que juntos podemos superar este miedo y que nada malo te va a pasar”. Siempre de a poco, nunca forzándolo, el niño tiene que estar convencido de intentarlo, no presionado por nosotros.


Amelia comenzó a tener miedo mientras pasábamos por una esquina cerca de mi casa camino al parque, no quería pasar por ahí y empezó a decirnos que prefería dar la vuelta más larga para evitar ese lugar. Cuando pudo simbolizarlo descubrimos que eran dos perros que había en una casa y que ladraban muy fuerte cada vez que alguien pasaba. Si bien a ella le gustan mucho los animales, estos la atemorizaban. Decidimos hacer un juego, le explicamos que los perros hacen eso porque les llama la atención que alguien pase por fuera de su casa y que es su forma de comunicarse. Luego le ofrecimos pasar de la mano de sus dos papás, uno a cada lado y como lo que le molestaba era el ladrido le pedimos que escogiera una canción para cantarla mientras caminábamos por ahí. Así lo hicimos, la primera vez estaba nerviosa, pero vimos su cara de felicidad cuando logró cruzar, la segunda vez seguía un poco indecisa, pero ella insistió en que quería hacerlo. Ya a la tercera vez nos sorprendió saltando al llegar a la esquina y diciendo “¡papá, mamá, superé mi miedo! Los perritos sólo querían saludarme”. Con Pipe nos miramos orgullosos de nuestra pequeña valiente.


Todos tenemos miedo a algo, desde cosas comunes e insignificantes como yo que le temo a las arañas, hasta ese miedo terrible que surge en todos cuando somos padres a que algo les pase a nuestros niños. Se dice que no conoces el miedo real hasta que te conviertes en padre, y creo que es verdad. Pero los miedos de nuestros niños y cómo los ayudemos a enfrentarlos no sólo van a quedar incrustados en su personalidad, también van a influir en cómo van a enfrentar sus dificultades de adulto. Si los minimizamos o ridiculizamos les aseguro que cuando crezcan y tengan un problema van a preferir no contarnos por miedo a que pase lo mismo. Si de niños nos reímos cuando nos dicen que le tienen miedo al cuco, cuando crezcan y alguien les haga daño creerán que nos reiremos también. Si no los tomamos en cuenta cuando sientan pena o miedo, creerán que es mejor guardarse lo que sienten; si no les enseñamos a confiar en nosotros ahora, no esperemos lograrlo a los 15. Apoyémoslos, acompañémoslos y enseñémosles que en familia todo se soluciona más fácil.


Fuente: Revista Súper Mamá

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