Advertencia, esta es una columna liviana. Les pido que la lean sólo pensando en lo domestico, estoy consiente de que los problemas que ha acarreado la pandemia son mucho mayores, desde el aumento de la violencia intrafamiliar hasta las pérdidas humanas producto del virus. Ya habrá tiempo y cabeza para analizar lo que hemos vivido, por ahora vamos por lo más fácil de digerir.
Hoy quiero que pensemos en la cuarentena, no en el Covid-19 que trae consigo muchas más aristas, penas y angustias. Quiero que pensemos en la cuarentena de una mamá, de una mujer que hasta hace un tiempo llevaba una vida normal, con una buena relación de pareja y un buen manejo de sus tiempos. Ahora imaginamos a esa mujer en cuarentena.
Que levante la mano quien no ha vivido el tiempo de encierro como una montaña rusa en lo emocional y en su rutina. Quienes hayan podido hacer este ejercicio de cuidado personal y del otro, apuesto a que la cosa fue mas o menos así: partimos todos con la idea de que haríamos de este tiempo lo mas productivo posible, organizamos los horarios, incluyendo gimnasia, horas de juego, trabajo, tareas con los niños, etc. A los tres días ya sabíamos que hacer todo eso que queríamos era imposible. Después venía el ataque de tratar de hacerlo todo, pero con estrés. Levantarse temprano, trabajar todo el día y ese maldito enojo que aparecía cuando tus amigas sin hijos alegaban porque se les habían terminado las series para ver en el tele ¿cómo pueden quejarse de sobra de tiempo? Yo, con mi única hija y un marido bien partner en las labores del hogar, no daba más. Entre el trabajo, la casa y Amelia ya no tenía tiempo para nada. En varias de mis clases de la U se coló la voz de mi hija pidiendo atención y muchas veces se me olvidó entregar una nota a tiempo. Les confieso que llegó un momento que en los 10 minutos de recreo que le daba a mis alumnos entre clase y clase ¡me ponía a barrer!
El problema acá es que culturalmente las mujeres somos algo así como una versión humana de un pulpo multifuncional y poliexigido. Hemos ganado espacio en la sociedad, hemos logrados más derechos e igualdad, eso es maravilloso. Pero según el INE al 2015 –esperemos haya existido alguna mejora en estos años- el 97,7% de las tareas del hogar las hacía la mujer. Les puedo asegurar, además, que incluso en los casos que la distribución de las tareas es más equitativa, la carga mental la seguimos llevando nosotras. Me refiero a que si bien hay parejas que tiene mucho mejor distribuidas las tareas, somos las mujeres las que supervisamos todo, las que estamos siempre un día –o una semana- adelante pensando en que no falte detergente, que la comida saludable, que hay que comprar verduras, en fin, organizando y planeando todo. La carga cognitiva que tenemos es, generalmente, muy superior a la de nuestras parejas en lo que materia domestica se refiere ¿los culpables? Nosotras mismas.
Nosotras mismas que queremos hacerlo todo, que nos sobreexigimos en una sociedad que nos hace sentir que tienes que hacerlo todo bien. Que ser exitosa es ser regia, tener un buen trabajo, niños bien educados, una casa preciosamente arreglada, cocinar rico y no dejar de ser sensuales. Una cosa muy parecida a Samantha de la Hechizada pero con teletrabajo (las menores de 30 tendrán que googlear quién era).
Así en medio de todo esto me empecé a encontrar con dolores de espalda por mover los muebles apurada para poder limpiar bien y rápido, mucho más enojona de lo normal y sin disfrutar del tiempo extra familiar que estábamos teniendo, que era un sueño hecho realidad. El punto culmine fue cuando Amelia empezó a hacer pataletas. Les he contado en otras columnas que su desarrollo del lenguaje es bueno, y ha aprendido a expresar emociones, por lo que, si bien es muy buena para alegar y poner sus puntos de vista, nunca antes fue de pataletas. En ese momento me acordé de lo importante que es estar bien para que ella también lo esté.
Para un niño sus padres son el mundo entero, les cuenta entender que el mundo sigue rodando más allá de lo que ellos conocen y su centro somos quienes los cuidamos. Nosotros les presentamos el mundo, nosotros les mostramos si la vida es feliz o es amarga, estresada o relajada. Si yo le enseño a un niño que la manzana es mala él crecerá pensando que es así, y solo de grande podrá cambiar de opinión -si logra atreverse a probarla-. Si le enseño que estar en familia es estresante, que es más importante el aseo que estar juntos, que la mamá se pone enojona en lugar de disfrutar el sueño de estar todo el día en casa, estoy marcando un camino que no quiero para mi hija.
No somos perfectas, punto. El mejor ejemplo de que no lo somos es que cuando intentamos serlo nos volvemos una peor versión de nosotras mismas. Tratar de ser perfecta solo te va a llevar a estar mas estresada, menos conectada con lo que de verdad importa y menos feliz.
Estamos en una pandemia ¿de verdad alguien cree que es este el momento de tratar de ser perfecta? A verdad es que suena tan ridículo como si justo el día en que te rompes una pierna decides empezar a correr maratones. Primero lo esencial, primero ponte yeso y recupera tu pierna, si quieres después, cuando ya esté sana te pones a correr.
Así, dejé de tratar de aspirar todos los días, si un día no alcanzo a preparar comida sana las pastas pre-hechas me salvan y si Amelia desordena su pieza los juguetes pueden permanecer un buen rato en el suelo. Les dije a mis alumnos que mi hija puede aparecer en medio de una clase, le pedí a Pipe que hiciéramos una lista de tareas, pero que no importa si el otro no lo logra y nos prometimos darnos espacio para comer juntos y conversar.
Nadie estaba preparado para lo que estamos viviendo, pero si hay algo que tengo claro es que la salud emocional de mi hija y la felicidad de mi familia siempre va a ser más importante que la ropa planchada o una casa ordenada. Ahora Amelia ya no hace más pataletas, anda mas regalona que nunca y pegada a nosotros. Con Pipe todas las noches la acostamos juntos, esperamos que se duerma y preparamos algo rico para comer. Nos sentamos a conversar y pololear como si estuviéramos en el mejor restorán del mundo y si bien hay días en que tenemos que mover los juguetes que están sobre la mesa para poder comer o pisamos lápices de cera mientras caminamos, sabemos qué es lo que realmente importa. Cuando Amelia recuerde esta etapa sabrá que su mamá era increíblemente imperfecta, que su casa a ratos era un caos, pero que estaban juntos llenos de amor y manteniendo la esperanza.
Escuché por ahí que, si alguien no salía de esta pandemia con un libro leído, un curso hecho o una nueva habilidad había perdido su tiempo. Con todo respeto no estoy para nada de acuerdo. Todos estamos tratando de sobrellevar esto como podemos, todo es válido. Yo solo diría, si no sales de esta pandemias sabiendo que lo que realmente importa es el amor entonces habrás perdido tu tiempo.
Fuente: Revista Súper Mamá
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