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Foto del escritorPamela Lagos

Modelando la igualdad

¿Mamá, por qué los hombres no usan aros? Me preguntó Amelia de la nada, yo estaba ordenando la pieza. “Sí usan –le dije-, hombres y mujeres pueden usar aros si quieren y si no quieren no”:


Claro, ahora que lo escribo mi respuesta suena muy clara, pero la verdad es que en ese momento titubeé. Lo primero que se me vino a la cabeza era decirle que las mujeres tendían a usarlos más que los hombres o que podían usarlos los dos, pero que las mujeres los utilizaban más, o que habían menos hombres que les gustaban los aros, o que a las mujeres les perforan las orejas de chicas y a los hombres no, en fin. Las respuestas eran muchas y con una gran cantidad de formas de hacerlo mal, esa es la verdad.


Es que estamos en otros tiempos, hemos evolucionado y es hora de que nuestra cabeza y forma de comunicar a nuestros niños esté a la altura. Si queremos niñas y niños criados en igualdad y sin prejuicios tenemos que preocuparnos de transmitir en todas las formas comunicativas una manera de ver el mundo sin sesgos. Cuidar nuestro lenguaje, cómo construimos las frases y los mensajes sexistas que muchas veces ocultamos en frases como: “ese juguete o color es de niños (o niñas)”, “los niños no lloran” “las niñas se ven feas enojadas”, es fundamental para generar el cambio cultural que buscamos.


Sin embargo, no podemos quedarnos solamente en el lenguaje, la forma en la que actuamos va a modelar las conductas de nuestros hijos muchísimos más que lo que les digamos. No sacamos nada con decirles que tienen que buscar la igualdad de género si después vamos a actuar diferente. Debemos ser consecuentes, aunque nos cueste.


Hace unos días estuve leyendo un estudio -un poco antiguo la verdad, pero bueno igual- en el que mediante el modelo experimental mostraron la fuerza del modelaje frente a las instrucciones (Cobos, Soriano y Romero, 2000 -para quienes quieran buscarlo). En términos simples tomaron a un grupo de niños y les daban instrucciones para una acción de forma verbal, luego veían a un modelo niño y a un adulto hacerlo de otra manera. El resultado fue que todos los niños siguieron el modelo de su par por sobre las instrucciones verbales que se les habían entregado. Es decir no implementaban lo que se les decía, hacían lo que el otro estaba realizando. Lo mismo pasó con el modelo del adulto -en menor grado que con el de su misma edad- y es más, estos resultados no cambiaban al introducir reforzamiento como variable. Me explico, los niños mostraron una tendencia superior a seguir la conducta del modelo por sobre las instrucciones verbales, incluso cuando se les premiaba por seguir la instrucción dada, ¿interesante no?


Les cuento que a nosotros nos ha pasado muchas veces. Nuestra crianza a la antigua nos traiciona en la forma de relacionarnos y tenemos que estar muy atentos para evitar dar un ejemplo contradictorio a Amelia. Hace un tiempo, bueno, la verdad mucho porque fue previo a la pandemia estábamos los tres; Pipe, Amelia y yo en un café, en un minuto mi marido me dice “la próxima semana tengo que viajar por trabajo, van a ser tres días que voy a estar fuera”. “No hay problema, pega es pega” le respondí. Pasaron unos minutos y nuestro intercambio comunicacional me quedó dando vueltas, algo estaba mal en la forma en la que verbalizamos y necesitaba decírselo. Fue así como le expliqué a mi marido que cada vez que yo tenía que hacer algo por trabajo le preguntaba a él si podía encargarse de Amelia solo y no daba por hecho que tenia que hacerlo: “Si yo tuviera que viajar por trabajo de seguro te habría dicho ¿puedes hacerte cargo tu solo esos días de la casa y de Amelia?; sin embargo, tu asumes que yo sí puedo” le dije. Pipe me miró con esa cara que pone cuando se da cuenta de que cometió un error: “Tienes razón” me dijo, “déjame planteártelo de nuevo. “Amor, la próxima semana tengo que viajar por trabajo durante tres días ¿puedes por favor hacerte cargo de la Ame y de la casa tu sola por esos días?”. Ahí sí, ahí la frase era igualitaria y nadie estaba asumiendo que el otro podía o tendría el tiempo para hacerse cargo, ahí estábamos hablando de igual a igual.


Sé que parece una tontera, sé que parece que somos muy quisquillosos con el lenguaje, pero la verdad es que son esos pequeños detalles los que van construyendo realidad en nuestros hijos: Quién cocina, lava la loza, ordena pasa a ser parte del rol que implantamos en ellos, tareas compartidas y trato igualitario, en cambio, hacen que entiendan que todos podemos hacer de todo. Todos tenemos las mismas habilidades y merecemos ser tratados como iguales.


No es tan fácil, sobre todo en una sociedad donde todavía las mujeres destinamos 1.000 horas más al año que los hombres a labores del hogar (cifra del INE, 2018). Un mes y medio de trabajo ininterrumpido, eso son mil horas, 41,6 días completos, de 24 horas, de mayor trabajo en el hogar que realizamos las mujeres. Eso, sin tomar en cuenta la carga mental que implica hacernos cargo de compras, pagos, etc. Después nos preguntamos por qué estamos siempre agotadas y tenemos tan altas cifras de depresión.


Los invito a mirarnos en cada pregunta que nos hagan nuestros niños. Los invito a dejar de lado esos pequeños estereotipos que casi no vemos y a cuestionarnos nuestro actuar para dar un mejor ejemplo. Los invito a estar consientes de que cada conducta, cada frase puede moldear un futuro con más igualdad.


Fuente: Revista Súper Mamá

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