Esta columna estaba casi lista, se trataba de la entrada de Amelia al jardín y de lo extraño que es volver a tener algo de tiempo libre como madre. Sin embargo, todo lo que llevaba escrito deberá quedar para más adelante.
Porque Amelia ahora está en casa, está sin jardín porque Chile está partiendo cuarentena preventiva por coronavirus, las autoridades pidieron quedarse en casa.
Por eso esta es una columna que cuesta escribir, porque se va a publicar en unas semanas a partir de ahora y la verdad no sé en qué situación vamos a estar como país de aquí a esa fecha. “Les hablo de la cuarentena”, pensé; ¿y si cuando se publique ya se terminó?, “Entonces voy a hablar sobre el regreso a la rutina”, ¿y si cuando se publique seguimos resguardados? La verdad es que la incertidumbre hace que me cueste encontrar una forma de afrontar esto.
Lo que pasa es que la incertidumbre es la emoción más difícil de llevar para el ser humano, evitarla es la razón por la que terminamos organizando todo. Por eso nos regimos por horarios, por calendarios, por normas que nos ordenen y organicen para evitar tener que decidir día a día cuál será el siguiente paso en mi vida.
A los niños la incertidumbre les llega aún más fuerte que a los adultos. Hay que entender que para ellos el mundo es mucho más grande que para nosotros. Se les hace más difícil entender que las cosas puedan cambiar y les asusta sentir que no hay certezas. Es por esto que los niños más seguros de sí mismos son los que tienen padres que les entregan rutinas que les permiten predecir lo que va a pasar. De hecho en psicología se plantea que una de las cosas más importante para criar hijos sanos es la consistencia de los cuidados. Esto quiere decir que sin importar si hay muchas o pocas reglas, si quieres ser relajado o más estricto, lo importante es que el niño sepa cómo vas a reaccionar y que pase lo que pase nunca dejarás de estar ahí para él, que nunca dejarás de quererlo y de protegerlo.
Para evitar la incertidumbre somos capaces de ponernos de acuerdo en cómo vivir y guiarnos por el “deber ser”, casi como una forma de asegurarnos de tener una hoja de ruta para no perdernos. El problema es que también nos llevan a aceptar el mundo tal cual nos lo presentan y no cuestionar dogmas o paradigmas. Esto nos hace la vida más fácil, es verdad, pero también nos cierra a ver qué hay más allá de lo que nos han mostrado.
Ejemplo de esto es que muchas de nosotras, las que vivimos la década de los 90, no veíamos el machismo imperante en chistes de comediantes que se paraban en escenarios diciendo cómo las mujeres no pueden parar de hablar o mofándose –sí, tal cual- de la violencia intrafamiliar. No lo veíamos con claridad, así como hace un par de años muchos no vieron la violencia detrás del video de una madre que cantaba a las tías del jardín de sus hijos y los golpeaba en la cabeza para que le dejaran “escuchar cómo se escucha”. Cuando alguien me lo mostró como un chiste, le dije “me parece horrible, esos niños no se asustan con el golpe, eso quiere decir que han sido golpeados antes”.
Así la percepción de las cosas va evolucionando casi sin darnos cuenta, pero como es lento no genera tanta incertidumbre como lo que vivimos ahora. No obstante, hay quienes sí la viven constantemente, hay quienes buscan incomodarse en su mundo y hacer las cosas simplemente diferente. Son esos emprendedores innatos, los que no necesariamente tienen una empresa o venden algo novedoso. Esos que decidieron decir no a cómo las cosas estaban establecidas. Son las “Eloisas Diaz” que deciden estudiar medicina cuando estaba prohibido para las mujeres, son las “Amelias Earhart” que decide volar cuando no existían pilotos mujeres ¿creen que ellas no tenían incertidumbre? ¿qué ellas no tenían miedo al futuro incierto? Apuesto que sí, pero decidieron seguir adelante a pesar de eso.
En un momento con todo esto que está pasando del covid-19 le dije a Pipe “tengo mucho miedo”. ¿Saben algo?, mi miedo es válido, no puedo saber qué va a pasar y solo podemos tratar de ayudar a no propagar esto quedándonos en casa y obedeciendo todas las medidas necesarias. Me imagino que en este momento muchos lo tienen, pero también pienso en que si le enseño a mi hija a tener miedo nunca logrará romper con lo establecido. El miedo es la única emoción que paraliza, que no lleva a nada, que mantiene tu vida quieta. Hasta el enojo te mueve hacia algo, ni hablar del amor y la alegría que para mi son lo que realmente mueve el mundo.
No sé qué va a pasar cuando lean esta columna, no tengo certezas y la incertidumbre es grande. Tampoco sé bien cómo dar certezas a nuestros niños, solo sé que tenemos que seguir manteniéndoles un mundo lo suficientemente estable para que puedan crecer sintiéndose seguros, pero también lo suficientemente libres para que puedan atreverse a romper con lo establecido. Por ahora en el encierro trataré de mantener las rutinas de Amelia, pero también le he dicho que esto lo vamos a ganar juntos y sin miedo, porque el miedo no va a ganarle a este virus, son nuestras acciones y las de los científicos las que sí lo harán. Quiero que mi hija y sus hijos crezcan seguros, pero también creo que con esto pueden aprender que juntos podemos, que quedarse en el miedo no sirve de nada y que hay que ir más allá y actuar. Se vive sin miedo.
Fuente: Revista Súper Mamá
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