Voy a hacerles una confesión: Confieso que mi hija Amelia es una regalona empedernida. Así de claro, prometo que no estoy exagerando.
Es tanto que para su leche de las cuatro de la tarde yo le digo “¿vamos a regalonear?” y ella con su año siete meses, corre a mi pieza, salta a mi cama y se tapa con una mantita. “Mamá, ahí” me dice apuntando la almohada de mi lado de la cama. Si Pipe está ahí –porque es fin de semana, por ejemplo y no está en el trabajo- hace lo mismo con él y le exige que se acueste al otro lado de la cama.
Actos como estos, que para mi parecen adorables me han costado una serie de críticas que parecen comunes entre las personas. “La vas a mal acostumbrar”, “espérate no más, después no te va a dejar hacer nada”, “una guagua regalona es un niño malcriado”.
Paremos un poco ¿de verdad existe un limite para el cariño que uno le puede mostrar a sus hijos?, ¿por qué la gente asume que mostrar mucho amor implica no poner reglas? Son dos caminos distintos que se mezclan solo para hacer la vida más fácil a todos ¿No creen ustedes que cuando las normas te las pone alguien que te ama es más fácil acatarlas? ¿Entonces, por qué todos insisten en que entregar amor es malcriar?
Partamos por los primeros meses, ya desde la clínica había quieres me decían que no tomara tanto en brazos a Amelia, que la iba a mal acostumbrar, que después no me iba a dejar hacer nada. Acá tratamos con un tema biológico, si los seres humanos no necesitáramos los brazos de nuestros padres naceríamos sabiendo caminar. Si no necesitáramos tenerlos cerca para dormir los primeros meses, naceríamos con la capacidad de regular nuestra propia temperatura. Si no necesitáramos al otro, naceríamos pudiendo sobrevivir solos en el mundo. Pero no es así, por ende no hice caso a todas esos “consejos” de dejarla llorar un poco y de no tomarla tanto en brazos. Abracé a mi guagua lo más que pude, la mantuve en brazos constantemente y hasta dormía siestas en mi regazo ¿La enseñé mal? No, le enseñé que yo iba a estar ahí, que -pasara lo que pasara-, la iba a acompañar y que mi cariño era incondicional.
Todos hablan del famosos apego en los primeros meses, algunos lo asocian netamente a la lactancia, otros al colecho o a los primeros contactos piel con piel de la guagua. Lamento informarles que eso es solamente una punta del apego y que muchas veces no tiene tanto que ver con eso. Las madres que no producen leche, guaguas en incubadoras, e incluso las que tienen que volver a trabajar a temprana edad de su hijo generan apego igual.
El apego real, el de John Bowlby, creador de esta teoría, se basa en la capacidad de la persona de establecer lazos reales, fuertes, duraderos y de aceptación incondicional. Sí, hablo de personas y no de niños porque lo crean o no los adultos también tenemos apego, se crea cuando chicos, pero nos acompaña toda la vida.
Cómo funciona esto: Nacemos indefensos, desprovistos de herramientas para sobrevivir y necesitamos amor, contención, cobijo y alimentación de un tercero. La conexión que generemos con ese tercero entonces nos marcará de por vida en nuestras relaciones.
La guagua es bien ingrata, asumámoslo. No da las gracias, no tiene consideración en si la madre durmió bien o no. Nunca he sabido de una guagua que piense “mejor no voy a llorar ahora porque mi mamá me cambió pañales hace muy poquito, la voy a dejar descansar para que después me dé mi leche”. Ese lactante no existe porque ninguno tiene la capacidad de hacer algo así. Sin embargo, pese a todo eso, las madres deberíamos estar ahí siempre, para lo que necesiten, cada vez que nos llamen. Eso genera en el niño una sensación de amor incondicional, que haga lo que haga, pase lo que pase, siempre va a haber alguien que me ayude.
Una vez un profesor en la universidad nos hizo la siguiente pregunta: “Imaginen que van solos en su auto y quedan en pana en la mitad de un barrio desconocido y peligroso. Tienen su celular en la mano ¿a quién llaman?” La primera persona que se te venía a la cabeza era uno de tus objetos de apego. Nos contó de un estudio que había demostrado que las personas que tenían dos o tres “objetos de apego” o personas a quienes pensaran en llamar eran más felices y con menor posibilidad de generar enfermedades afectivas. Nos explicó también, que esto no tiene nada que ver con ser práctico. Tal vez la persona a la que llames no hará otra cosa que pedirte una grúa, pero la sensación de saber que siempre va a estar ahí y que el solo hecho de hablar con ella te genere la sensación de seguridad, es apego real.
Lo que contó el profesor resonó fuerte en mí, es la prueba viva de que el apego va más allá en tu vida y que marca las relaciones que tendrás en el futuro. No se asusten si cuando hicieron el ejercicio no pensaron en sus padres. Es normal que eso pase, ellos nos enseñan la forma y nos entregan la capacidad de generar ese vínculo, pero una vez de adultos podemos volcarlo en amigos, pareja, hermanos, etc.
Muchas veces he hecho esta pregunta a alumnos o pacientes, me he llenado de pena al ver que algunos me responden que llamaría a un Uber, carabineros o a un taxi. Entiendo que su pensamiento es mucho más práctico, entiendo que es la mejor solución. Pero uno esperaría que eso estuviera en segundo lugar, que tal vez llamen primero a ellos como una forma de solucionarlo, pero que de inmediato llamen a esa persona que con el solo hecho de escuchar su voz los haga sentir seguros.
Cuando las personas me dan respuestas como esas, pienso en su infancia. En esos consejos de “no lo tomes en cuenta en la pataleta para que se le pase” ¿De verdad creen que esto ayuda? Imaginen que están tristes, frustrados o enojados. Imaginen ahora que las personas que supuestamente los aman los vieran llorar, destrozados y pasaran por su lado sin mirarlos, ¿ayudaría a que su pena pasara? ¿Por qué entonces podemos creer que para un niño servirá?
Los niños, adolescentes, adultos y ancianos necesitamos nuestro apego, necesitamos saber que pase lo que pase, hagamos lo que hagamos siempre va a haber alguien que nos va a abrazar y apoyar. Eso no implica aceptar que yo me comporte de mala manera. Si cometo un error espero que me lo digan, incluso que me reten si me lo merezco. Pero primero, antes que todo, saber que nada, nunca en la vida hará que el amor que sienten por nosotros desaparezca.
Eso espero para Amelia, por eso la abrazo más de lo necesario, la beso sin parar y si se cae por ejemplo por balancearse en la silla, primero la tomo, la contengo, la apapacho y solo después de eso le explico que no vuelva a hacerlo o puede volver a caer. Espero que cuando crezca sepa que pase lo que pase, haga lo que haga, se mande la embarrada que se mande mi amor la protegerá siempre.
Les deseo lo mismo a todos ustedes, que siempre tengan ese alguien que los va a amar y regalonear sin condiciones. Que siempre tengan ese alguien a quién llamar.
Fuente: Revista Súper Mamá
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