Mis amigas andan locas con esto de elegir colegio, es una etapa a la que de verdad no quiero que Amelia llegue. Son tantas las cosas que ponen en juego: que esté cerca de la casa, que sea laico, de iglesia, mixto o de un solo sexo.
Algunas hablan de los valores, otras que lo único que importa es lo académico, si son buenos para los deportes o no, suma y sigue. Sin entrar en lo que implican las postulaciones ¡Qué miedo me da tener que tomar todas esas decisiones!
Lo único que puedo decirles a mis amigas que están en ese proceso es que entiendan que para los niños esto también es un estado de cambio importante que muchas veces no logramos dimensionar en nuestro mundo de adultos.
La entrada al colegio para los niños implica el ingreso al mundo real, la fantasía que vivían empieza a desaparecer y se enfrentan a situaciones y emociones que nunca antes habían experimentado
¿Saben cuál es una de las primeras vivencias que tiene un niño al entrar al colegio? -aquí pido disculpas desde ya por lo negativo de lo que les voy a contar- los niños al entrar al colegio lo primero que sienten es desilusión. Sí, así de terrible, se dan cuenta que toda su corta vida han sido engañados –muy adecuadamente por cierto, por favor no dejemos de hacerlo- por sus padres. Por ejemplo, sus papás le dijeron toda su vida que eran los más rápidos del mundo y llegan por primera vez a clases de gimnasia para ver que muchos de sus compañeros llegan antes a la meta que ellos, les aseguraron que sus pinturas eran una obra e arte, pero ve a compañeros que dibujan con una perfección que ellos no logran, así, toda su autoimagen se ve en juego.
Aparece entonces, en esta etapa lo que se llama el “egocentrismo social infantil”. Los niños centran su autoestima en la comparación con los demás y en el reconocimiento social de sus habilidades. Necesitan por cierto, sentir que son buenos en algo. Que tienen alguna característica que los haga “buenos niños” y que sean reconocidos por esto. Las profesoras saben de eso; cuando los niños comienzan a dibujar y corren a la primera línea a mostrarles lo que hicieron “¿está bien así?” preguntan una y otra vez.
Recuerdo que cuando era chica las profesoras nos premiaban con una estrella en la frente cuando hacías algo bien. Era el mejor premio que te podían dar en la vida; te llamaban a su escritorio y de su cajón sacaban el tan preciado trofeo. Lo tomaban con sus dedos y le echaba pegamento en barra –sí, así de vieja soy, no eran autoadhesivos- lo ponía en la mitad de tu frente y uno salía a recreo con mucho cuidado de no perderlo. Tenía que durarte todo el día para que cuando llegaras a la casa estuviera intacto y así poder mostrarle a la familia que fuiste condecorado.
Imaginemos ahora qué pasa con este niño que está aprendiendo a enfrentarse a un mundo real y está tratando de salvar su autoestima con papás –o incluso profesores- que les dicen “eres flojo”, “mira tus amigos se portan bien y tú no”. Su autoestima se ve deteriorada a tal punto que llegan a sentir que no hacen nada bien. Lamentablemente, me ha tocado escuchar muchas veces a niños decir cosas como “me quiero portar bien”, “yo no soy bueno para hacer las tareas”, “yo soy desordenado”. ¿De dónde creen que vienen estos conceptos?: eso mismo, de los adultos que, casi sin darse cuenta, marcan la autoestima de los niños como si no existieran consecuencias.
Tan solo piensen ¿cuánto de su auto concepto es real y cuánto creado por algún comentario de un adulto? A mi me pasó. Tengo dos hermanos mayores, los dos bien hiperactivos y con una personalidad desbordante. Los que conocen a mi hermano pueden dar fe que no miento, animó el Festival de Viña ¿qué más personalidad que eso? Bueno, la cosa es que mi madre obviamente, me comparó a mi, su tercera hija, con estos dos monstruos de la sociabilidad y seguridad, su conclusión: “la Pame es tímida”. Claro, yo no hablaba fuerte, tendía a quedarme tranquila donde me dejaran y jugaba sola. Empezó así su incansable tarea de “quitarme la timidez”. Me inscribió en pintura, ballet, natación, patinaje, cerámica, gimnasia rítmica, etc. Todo con el fin de sacar de mi interior algo de personalidad y seguridad que yo tanto carecía. Así, a medida que yo crecía si alguien me pedía que me describirá mi respuesta siempre partía por “tímida”. Esto siguió así hasta que ya adulta una amiga me dijo “tú no eres tímida, haces clases, trabajas en televisión ¿cómo vas a ser tímida? El problema es que tus hermanos son muy extrovertidos”. Recién ahí a mis treinta y siempre cambié mi discurso.
Junto con el cambio en el autoconcepto del niño que implica la entrada al colegio, también aparece por primera vez la interioridad. Esto se refiere a que por primera vez el niño crea un mundo interno en el que se repliegan sus emociones, aprende a no exteriorizarlo todo. Ya sabe que hay cosas que se dicen y otras que no, emociones que se muestran en algunas partes y otras que se guardan. Descubre por ejemplo que da vergüenza hacerse pipí y deja de ser algo normal como le decía su mamá. Sé que parece terrible, se empieza a terminar la magia de los primero años y ya no ven el mundo como si todo tuviera vida.
Sin embargo, también hay algo fantástico en esta época, y es que como crean un mundo interior. Pueden empezar a fantasear mucho más y a vivir en sus cabecitas ¿han visto lo bueno que son los niños de primero básico para idear canciones o historias? ¡Muchas veces son tan fantásticas que si les pedimos que la repitan no pueden hacerlo! Algunos papás se preocupan creyendo que sus hijos se han vuelto mentirosos, pero no es así. Están aprendiendo a vivir en su mente, a entender que hay un mundo adentro y uno afuera, y eso será básico para su capacidad de creatividad y de resolver problemas en el futuro. Un niño al que se le potencia su mundo interno tendrá muchas más herramientas para enfrentar la realidad de adulto.
Una vez que un niño entra al colegio deja la seguridad de su casa o incluso jardín para ver que hay un gran mundo allá afuera. Para enfrentarlo, necesita un mundo interno rico, lleno de sueños y fantasías que los padres debemos potenciar. Pero por sobre todo hay que tener mucho cuidado en cómo le decimos las cosas. Si estás configurando tu autoimagen, estás viendo quién eres en este mundo y tu mamá te dice que “eres desordenado” ¿te queda más alternativa que hacer desorden? Pasa a ser parte de ti, en cambio si tu mamá te dice que “estás haciendo desorden”, es algo que sí puedes cambiar.
Los adultos nos ponemos nerviosos el primer día de trabajo, cuando vamos a una comida con desconocidos o en situaciones sociales en las que nos podemos sentir evaluados. Parece que nos olvidamos que los niños son evaluados constantemente, no solo en el colegio, también por nosotros. Tenemos que estar conscientes de la influencia que tenemos. Un premio, decirle que es el mejor niño de todos, que estamos orgullosos de ellos, que hacen las cosas bien y que pueden llegar lejos, puede cambiar la forma en que se verán a sí mismos. Todos necesitamos que nos digan que nos quieren, que hacemos las cosas bien y que están orgullosos de nosotros, todos queremos nuestra estrellita en la frente, acordémonos de dársela a nuestros niños.
Fuente: Revista Súper Mamá
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