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  • Criar en tribu

    Este mes Gina, la señora que nos ayuda con Amelia –llegó a nuestra casa cuando ella tenía tres meses- se tomó cuatro semanas de vacaciones. Era todo un desafío. Si bien cuando salgo a trabajar mi mamá o mi tía tratan de pasar a ver a Amelia, es Gina quién maneja los horarios, ritmos y nos permite a Pipe y a mi concentrarnos en el trabajo. Teníamos todo muy bien planeado, como yo tengo horarios más flexibles me había dejado mucho tiempo libre. Iba a aprovechar de hacer todas esas cosas que uno jura que tendrá tiempo de hacer en la casa, ordenar clósets, reorganizar la cocina, por fin hacer una buena selección en la ropa blanca, nada podía fallar. Pero como siempre, cuando uno tiene todo organizado las estrellas se alinean para hacerte ver que no puedes controlar nada ¡me empezó a salir más trabajo que nunca! Y de esos trabajos que uno sabe que no puede decir que no porque implica quedarse fuera de los proyectos el resto del año. ¿Qué hago? No podía llevar a Amelia conmigo, era trabajo de universidad y de verdad que no existía mucha opción. Fue ahí cuando mágicamente empezaron a aparecer los de siempre, mi clan, mi tribu, que como un engranaje empiezan a funcionar para articular la solución para todo. Mi mamá, mi tía, tío, mis primas, todos empezaron a coordinarse para hacer turnos y cuidar de Amelia. Literalmente hubo un día en que una prima llegó temprano, la otra al almuerzo, en la tarde mi mamá y luego mi tía. Una a una se turnaban, cada cual con sus ritmos, sus formas y su amor por Amelia. Me puse a pensar en lo raro que es esto de que las personas creen que crían a sus hijos a su manera. Esa sensación de que las cuatro paredes que conforman tu casa es una suerte de limite entre el mundo y ellos. Sinceramente creo que criar sola es imposible. Soy una afortunada, tengo mi tribu maravillosa que corren por Amelia. Tengo claro que no siempre es así, que muchas veces no existe esta red y que una situación como la que yo enfrentaba es mil veces más difícil para muchos. Estoy consiente que hay quienes de verdad no tienen con quien dejar a sus hijos para trabajar. Les prometo que no se trata de eso, se trata de entender que uno requiere de otros en la crianza, que es imposible hacerlo solo, que nadie lo hace solo y que hay que agradecer a quienes se involucran en esto. Muchas veces he escuchado “yo a mi hij@ l@ crie solita” Señora: eso es imposible. A menos que tenga un pequeño clon que no ha compartido con nadie más en la vida, le aseguro que hay alguien más que interactuó para ayudarlo a crecer y a convertirse en quién es hoy, de lo contrario los hijos serían iguales a nosotros y bien sabemos que no es así. Un profesor, el señor del negocio de la esquina, los papás del amigo que frecuenta; nuestro repertorio conductual se nutre de cada interacción significativa, de cada persona que marca nuestras vidas y como papás tenemos que estar conscientes de ello. ¿Cómo resultó todo estas semanas? Bueno, les cuento que descubrí que mi mamá la llevaba al café de la esquina a comer chocolates, probablemente por eso le costaba tanto dormir en las noches. Mi prima le corría todos los horarios y bailaban sin parar, y mi tía la trataba como si fuera aún menor de lo que es… Aprendió varias groserías, comió muchos dulces, volvió a dormirse con mamadera y se desarmaron todos sus horarios ¡Fue maravilloso! Fue mágico, lleno de experiencias nuevas y mucho aprendizaje. Sí, aprendizaje, no me volví loca, un par de chocolates más y unas cuantas groserías en su repertorio verbal jamás se compararán con lo que un niño aprende al interactuar con mundos diversos, al entender que pueden tener distintos ritos con cada persona de su familia e interactuar diferente con cada una de ellas. El mundo es diverso, mientras más gente se involucre en la crianza de nuestros hijos más habilidades tendrán y más sanos podrán llegar a ser. Me explico. Un rasgo en psicología es una forma de actuar establecida ante distintas situaciones, hay rasgos de todos los estilos de personalidad. Cuando los rasgos se agrupan surge un estilo, en palabras simples una tendencia de personalidad más marcada. Cuando esto se rigidiza y afecta tu vida es un trastorno. Así, a mayor repertorio conductual, a mayor cantidad de rasgos de los distintos estilos de personalidad, más sanos somos. Si tenemos una personalidad menos rígida, hay menos tendencia al trastorno y por ende más eres más adaptable: como consecuencia eres más inteligente. Sí, porque después de mucho vagar buscando una definición de inteligencia, la psicología ha confluido en que ser inteligente es simplemente poder adaptarte mejor que los demás. Una persona es más brillante mientras más sepa actuar y reaccionar a distintas situaciones. Hay una frase que en el sur es tomada casi como un halago “es muy buena persona, es igual en todas partes”. La verdad es que más que un halago es algo malo. Si ustedes conocen a alguien que es igual en todas partes, les informo que probablemente están ante una persona con un gran problema. Yo no puedo ser igual cuando estoy de fiesta con mis amigos que cuando estoy haciendo clases, no puedo ser igual con mi marido que con mis alumnos o tratar igual a Amelia que a mis hermanos. Sería una locura ¿verdad? Las personas somos diversas y nuestros hijos tienen que tener distintos repertorios conductuales para cada uno de los desafíos que les depara la vida. Así, mientras más personas hay en la vida de nuestros hijos, más le enseñan, más repertorio conductual tienen, más se adaptan a distintas situaciones y -por ende- más inteligentes y sanos afectivamente lograrán ser. No estoy diciendo que cualquier puede cuidar a nuestros niños, eso nunca. Pero sí les digo que hay que confiar en nuestra tribu y que la próxima vez que reclamen porque su suegra le da papas fritas, porque la tía lo dejó ver monitos o porque los primos le enseñaron groserías, recuerden que eso sólo los hace mejores, más sanos, felices y por sobre todo amados. Doy gracias a la vida por poder criar a mi hija en una tribu como la que me ha tocado, tengo claro que es un privilegio y un regalo. Les deseo a ustedes lo mismo, que busquen su tribu, que dejen la falacia de criar solas y agradezcan cada muestra de amor que va a llevar a sus hijos a tener más herramientas para el fututo. Fuente: Revista Súper Mamá

  • Obsesión en pañales

    Unas semanas antes de cumplir dos años, Amelia empezó a decirnos que le molesta el pañal. En cuanto se hacía pipí pedía que la cambiaran y todo sobre la ida al baño empezó a ser un tema que rondaba en ella. “Yo creo que está lista” le dije a mi marido, “tal vez es hora de acompañarla en el proceso de dejar los pañales”. Le preguntamos juntos si quería aprender, Amelia nos dijo que sí. Pipe me miró con cara de susto, como esas que ponen los papás cuando se dan cuenta de lo rápido que cercen los niños y me preguntó cómo se hacía. “La verdad no tengo idea” le dije y nos reímos nerviosos por la nueva etapa de nuestra hija. Claro, yo tenía algunas nociones que alguna vez aprendí en la universidad: necesitan manejar lenguaje, desarrollo muscular adecuado (se puede ver en que caminen firmes) y una relación cercana con el entrenador. Era lo único que recordaba de mis años de pregrado y además en esa época no estaba muy estudiado esto del entrenamiento respetuoso ni nada, así que teníamos mucho que aprender. Nos pusimos a leer, que es lo que uno siempre hace para sentirse seguro, pero que solo sirve para darse cuenta que cada familia enfrenta el desarrollo a su manera. Estábamos en eso, que los pañales de entrenamiento, asegurarnos que estuviera lista en su desarrollo, que si comprar pelela o adaptador, etc. En medio de todo eso aparece como un monstruo, mi propia preocupación. Esa preocupación de la mamá psicóloga que ronda en mi cabeza -y es bien pesada conmigo muchas veces- “¿qué pasa si queda propensa a tener TOC?”. Trastorno Obsesivo Compulsivo, me congelé por un segundo. Así no más, todas mis clases de psicoanálisis se me vinieron a la cabeza y como sé que ya deben estar con ataque, creyendo que me volví loca y sin entender mucho de lo que estoy hablando, paso a explicar. En psicología existen varias corrientes, entre ellas el psicoanálisis, ese de Freud, del que siempre se habla, que explica gran parte de sus enunciados basados en las vivencias infantiles. Es así como esta teoría explica la base para las obsesiones y compulsiones en la etapa “Anal” del desarrollo psicosexual. Quiero recordar que esto es sólo una de muchas teorías, pero siempre es bueno informarse y darle una vuelta. Les cuento entonces, cuando el niño empieza el proceso de ir al baño descubre que sus actos tienen consecuencias, y que en base a eso el mundo puede ser un mejor lugar o peor. Por ejemplo, el niño va al baño y hace sin problemas, ¿qué hacemos los adultos? Lo aplaudimos, le contamos a los tíos para que lo feliciten y todo es alegría en base al gran logro. Al contrario, si se hace en los pantalones ya no hay tanta alegría ni felicitaciones, peor aún si alguien lo recrimina o se enoja con él por eso –que quede claro por favor- nunca hay que hacerlo, pues sí puede traer consecuencias muy negativas para un niño-. Acá se marca por primera vez en nuestras vidas la idea de que lo que yo haga trae consecuencias y que si me equivoco puedo hacer que las cosas o estén tan bien o que estén mal. Así, según Freud –de forma muy simplificada, claro, hay mucho más- nacen las obsesiones y las compulsiones. Las obsesiones son el pensamiento, y pueden ir o no juntas a una compulsión. Por ejemplo: “¿Cerré o no la puerta del auto?”, “¿Apagué el gas?”, “¿Desenchufé la plancha?” Todas esas ideas en mi cabeza son obsesiones. Cuando hago el acto de ir y revisar el auto, hice la acción, o sea hice la compulsión. No se asusten, todos tenemos algunas, es normal, según el psicoanálisis es porque todos pasamos por la etapa anal y nos quedó un poquito de eso de pensar “si no logro controlar mi medio puede pasar algo malo”. Así mismo como el niño busca controlar su esfínter nosotros seguimos queriendo controlar nuestro entorno para que nada malo pase ¿cuando es un problema? Cuando esto afecta mi vida, no me deja hacerla de forma normal y perturba a quienes me rodean. Pero revisar un par de veces si pusimos llave a la puerta no tiene nada de malo, no se asusten. Así, la simple tarea de enseñarle a un niño a ir al baño marca psicológicamente un camino mucho más allá del control de esfínter, se abre un mundo nuevo en que ellos descubren que pueden lograr cosas y junto con eso que pueden manejar el valor de sus actos. Metámonos en la cabeza de ese pequeño de entre dos y tres años (meses más meses menos, depende del niño). Los adultos parten con todo este tema del baño y le dan muchísima importancia, de pronto algo que nunca había sido tema pasa a ser el centro de todas las conversaciones. El niño(a) hace en el baño y es una revolución, la mamá lo felicita, la abuelita llega con un regalo, lo aplauden, algunas familias incluso le enseñan a despedirse mientras tiran la cadena ¿Han visto el orgullo que implica para un niño este logro? Muchos incluso llaman a los adultos para que vayan a ver lo que hicieron en el baño y lo “despidan” juntos ¿Se imaginan entonces lo triste que debe ser para ellos que los reten y les digan que son “sucios” por no alcanzar a llegar al baño? Tenemos que entender que en esa etapa el niño no entiende mucho de bacterias, virus o enfermedades, recién está empezando a entender que algo es limpio o algo es sucio ¿y le vamos a decir que algo que él mismo produce es asqueroso? ¿de verdad? Además que no va a entender nada, si hay que entender que su caca en ese momento para él es oro puro. Sí, oro puro, porque los papás andan todo el día pendiente de eso, porque toda la familia se pone feliz cuando lo hace y porque es el tema de conversación en su vida ¿Consecuencia en su cabeza? “Todos aman mi caca, es lo mejor que les puedo dar” Por lo mismo que no les sorprenda que en esta etapa empiecen a buscar jugar más con barro, con arcilla, greda, e incluso esas masitas de colores, todo lo que se parezca a la etapa que está viviendo le va a importar y gustar. En algunos casos incluso, aprenden a usarlo como un arma para demostrar su enojo. Se enojan con los papás y como saben que ellos están todo el día preguntándoles si quieren ir al baño piensan “mis papás quieren que haga en el baño, pero estoy enojado con ellos, entonces no les voy a dar en el gusto” y se aguantan lo más posible ¿qué pasa con los papás si el niño no hace en un día? Claro, se preocupen y empiezan a preguntarle aún más, le compran remedios y se angustian pensando que está enfermo, lo que sólo ratifica el pensamiento del niño de que esto es algo muy importante. ¿saben qué? Los niños tienen toda la razón, esto es muy importante, no por la edad, no porque sea requisito en algunos jardines y mucho menos por comodidad. Es muy importante porque están aprendiendo a ser independientes, porque están aprendiendo a vivir en este mundo, porque descubren más que nunca que pueden controlar su propio cuerpo. Pero por sobre todo porque aprenden que se manden la “embarrada” que se manden, en el lugar que sea y del tamaño que sea, los papás siempre vamos a estar ahí, que nunca los vamos a rechazar y que nunca dejaremos de apoyarlos. Estamos recién empezando el proceso, les cuento cómo resulta. Lo que sí tengo claro es que quiero hacerlo bien, porque quiero que Amelia sepa que sus errores nunca van a ser un problema para mi, que ni lo más terrible y grande que haga me va a espantar y que siempre voy a estar para ayudarla a limpiar el desastre, salir adelante y seguir aprendiendo. Fuente: Revista Súper Mamá

  • Tu mente no es mi mente

    El viernes 18 de octubre partió un proceso que a nadie en nuestro país dejó indiferente. A favor o en contra del movimiento, nos removió en lo más íntimo, nos hizo cuestionarnos y generó un mar de emociones en todos. Comenzaron a aparecer así una serie de absolutismos y sobregeneralizaciones, “son todos unos violentos”, “son todos unos extremistas”. Lo más increíble es que los mismos adjetivos servían para los dos lados, sin distinciones. Las redes sociales y los grupos de WhatsApp se llenaron de afirmaciones atemorizadas, enrabiadas y agresivas. Lo peor de todo, la empatía comenzó a desaparecer. Pude ver como amigos de toda la vida decían cosas horribles sobre “los otros”, los que pensaban distinto a ellos, sin reparar en que esos “otros” eran sus amigos, compañeros o incluso familiares. Comencé a preguntarles si se daban cuenta que cuando hablaban así podían herir directamente a alguien que querían. La respuesta más de una vez fue “es que esto es muy grande, ellos tienen que darse cuenta de que su pensamiento está mal”. Empezó a dolerme esa visión ¿cómo puede alguien creer que tiene la verdad absoluta? ¿Puede ser que expresar tu forma de pensar de forma impulsiva valga más que el daño que puedes generar en alguien que quieres? La verdad no tengo la respuesta. Pero en medio de toda esta lluvia de agresiones, explosiones emocionales y miedos me di cuenta que tenía dos amigas que nunca perdieron la calma. Nunca las vi sobrepasadas afectivamente, podían hablar sin agredir a nadie e incluso bromeaban sobre sus propias posiciones políticas. Proponían soluciones y no se desesperaban con los problemas. e ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽la mente abierta y sin temores. ñar al otro para dejar en claro lo que piensa y que pudiera enfrentar los cambios soc Carolina e Iracy (sí, así se llama, no lo inventé), no se conocen, son de posiciones políticas contrarias y probablemente nunca sabrían de la otra si no es por esta columna. Pero tienen algo en común, las dos eran un bálsamo en medio de la vorágine de emociones que aparecían en mis grupos de WhatsApp. Eran quienes ponían paños fríos en las discusiones, quienes expresaban sus ideas de forma respetuosa y nunca devaluaron a quien pensaba distinto ¿Qué las hacía distintas a los demás? –y con los demás me incluyo-. Pensé en que me gustaría que Amelia tuviera esa capacidad, que expresara sus ideales con pasión, pero con templanza, que no tuviera que dañar al otro para dejar en claro lo que piensa y que pudiera enfrentar los cambios sociales con la mente abierta y sin temores. Decidí llamarlas y preguntarles sobre su vida en busca de encontrar respuestas. Iracy creció en una familia acomodada, todos de derecha y neoliberales en materia económica. Cuando salió del colegio se fue a pasar un año a Inglaterra para decidir qué quería estudiar. Me contó que allá vio una forma de vida más social y comenzó a cambiar su pensamiento. Carolina, en cambio viene de una familia de campo, sus padres no tenían una posición política establecida y cuando se trasladó a la cuidad para estudiar encontró en la UDI un grupo con el que se sintió identificada. Hoy Iracy tiene un trabajo importante en una embajada, y asegura que una de las cosas que la hace poder hablar sin dañar a nadie es que se relaciona siempre con gente distinta. Además, hablar el tema en su familia no es fácil porque muchos son contrarios a ella y dice que poder debatir con quienes quieres, te hace aprender a hacerlo respetando y sin dañar. Carolina en cambio, sigue trabajando ligada en parte a la política y su hija mayor tiene un pensamiento contrario a ella. Me cuenta como juntas se ríen de sus diferencias. ¿Qué descubrí con estas conversaciones? Que ninguna de las dos tiene lo que en psicología se llama “introyecto”. Un introyecto es una idea preconcebida sobre lo que está bien y lo que está mal que es inculcada desde pequeños en nuestras mentes. Son normas, conceptos y valores que heredamos de nuestra familia y que por ende no cuestionamos y que vemos como absolutos. Es decir, simplemente los vemos como algo que tiene que ser, y muchas veces no podemos argumentar demasiado porque no hemos estudiado el tema, solo sabemos que está bien o está mal porque nos enseñaron que así era. ¿Son malos los introyectos? No, para nada, son altamente necesarios sobre todo en cosas éticas como por ejemplo el valor de la vida. A mi por ejemplo, me enseñaron que no se agrede. Sea por la razón que sea, no se violenta nunca a otro y punto. Eso quedó como una premisa en mi vida. El problema, es cuando se establecen en torno a ideales que sobrepasan lo establecido para una sana convivencia social. Política, religión o futbol son claros ejemplos. No quiero decir que esté mal mostrar a nuestros niños una visión personal respecto de estos temas. Sin embargo, presentárselos como verdades absolutas hace que los privemos de la capacidad de ver que otros pueden pensar distinto a ellos. Hablarlos mostrándoles que tenemos un punto de vista, pero incitándolos a estudiar y a hacerse una idea propia que puede incluso ser contraria a la nuestra –sobre todo en la adolescencia- puede ayudarlos a generar una inteligencia emocional y una capacidad empática que de seguro les entregará habilidades sociales que serán fundamentales para su futuro. El psicólogo Gregory Bateson fue el primero en hablar sobre la Teoría de la Mente, a inicios de 1900. Esta implica entender que el otro tiene una mente totalmente distinta a la mía y que por ende mi forma de ver el mundo no tiene por qué concordar con la del otro. Eso me obliga a respetar la percepción distinta a la mía desde una entendimiento básico como sociedad. Con mis alumnos lo grafico desde los colores. Cuando miramos algo, lo que realmente vemos es la proyección de la luz en nuestro lóbulo occipital del cerebro. Entonces, por ejemplo ¿cómo puedo saber que el color rojo que yo veo es el mismo que ve el otro? La verdad es que no puedo. Sólo sé que me enseñaron que ese color se llama “rojo” y que a los demás les enseñaron lo mismo, así todos nos pusimos de acuerdo que cuando viéramos ese color –que sólo nosotros sabemos cuál es- le llamaríamos rojo. iramosstinta. Además, hablar en Suena raro, lo sé, provoca una sensación de incertidumbre que molesta, pero entender esto es la base de las habilidades sociales. Habilidades que además en un mundo tan diverso y cambiante como el nuestro serán cada vez más necesarias para nuestros hijos. Enseñémosles a pensar por si mismos, a cuestionarnos, a que nada es blanco o negro a menos que hablemos de valores básicos para convivir en sociedad. Enseñémosles a discutir con argumentos, a que las personas diferentes no son enemigos, y que de las diferencias se puede aprender. Enseñémosles a vivir en sociedad en donde tenemos que respetarnos entre todos. No se si Amelia va a pensar igual o distinto a mi en términos políticos o sociales. Solo espero que tenga valores firmes y claros respecto a la valía y el respeto del otro. En lo demás, si piensa distinto a mí, no me molestaría. Al contrario, solo aspiro a que pueda tener su propio pensamiento basado en el conocimiento y el entendimiento. Ojalá algún día tenga ideales tan bien argumentados que pueda sorprenderme diciéndole “tienes razón, creo que yo estaba equivocada”, cuando eso pase, sabré que lo hice bien enseñándole a pensar y a cuestionarse la realidad. Gracias a Iracy y Carolina, por dejarme citarlas en esta columna, es muy bueno tener amigas que te enseñen a ser mejor persona. Fuente: Revista Súper Mamá

  • Me sano yo para sanarte a ti

    La doctora Mónica Kimelman y el doctor en psicología Felipe Lecannelier publicaron los resultados de un estudio que involucró a niños menores de seis años de 24 países. Los resultados fueron devastadores para Chile: somos el país con peor salud mental infantil en el mundo. Así de categórico, a nivel global el 15% de los niños tienen problemas llamados externalizantes (déficit atencional, hiperactividad, agresividad), en Chile esa cifra llega a un 25%. En los internalizantes (depresión, ansiedad) no estamos mejor, un 5% de los niños en el mundo presenta estos problemas, en Chile, entre un 12% y 16%. ¿La principal razón para esto? Los expertos concuerdan en una gran causante: La falta de educación emocional de los padres, que se refleja en la falta de empatía y de conexión afectiva con sus hijos ¿Qué quiere decir esto? Que estamos acostumbrados a negar las emociones, a hacer como que no existen y por ende no hablamos de ellas. Los niños sienten desde antes de nacer. Está comprobado que en el vientre materno ya pueden percibir parte de las emociones de su madre. Se transmite la emoción, pero no tienen lenguaje, por ende, no pueden ponerle nombre. Es así como sienten, pero sin saber qué es esa sensación. Cuando ya nacen somos los cuidadores los llamados a ponerle nombre a lo que les pasa, a hacer de espejo de lo que experimenta el niño. Somos nosotros los que tenemos que tomar sus emociones y devolvérselas con una mejor forma, de lo contrario, aparece lo que en psicología se denomina “terror sin nombre”, me explico. La guagua nace y ya tiene emociones, se asusta, alegra, enoja, etc. Pero como no tiene lenguaje es sólo una sensación. Quien lo cuida tiene que ponerse en su lugar, tratar de entender lo que le pasa y devolvérselo más procesado “Estás enojado, mi amor” decimos las mamás. Casi sin notarlo estamos metabolizando su experiencia y enseñándole sobre esa emoción. Pero ¿qué pasa con un cuidador que no conecta con esto y deja que la emoción siga en el niño sin acompañarlo? Si lo deja llorar sin parar, por ejemplo. Aparece en ese niño el “terror sin nombre”, esa emoción que siente, pero que no sabe de dónde viene ni cómo llamarla, por tanto, es muy perturbadora. El gran problema es que para poder devolver al niño la emoción correcta necesito conectar con él a un nivel de empatía tan primario que es casi animal. Necesito conectarme usando lo que llamamos neuronas espejo ¿qué es esto? Son las neuronas que me permiten sentir lo mismo que el otro. Hacen que cuando veo a alguien con pena, en mi cabeza se active la misma zona que se enciende cuando yo la siento. Por ende, puedo empatizar con el otro y entender su emoción. Gracias a estas neuronas se contagia el bostezo, salivo cuando veo a otro comer limón y se me aprieta la guata cuando alguien tiene un golpe grande. Pero nuestra sociedad nos hace olvidar esta parte, de hecho, muchas veces negamos lo que sentimos o incluso logrando empatizar con lo que siente el otro tendemos a callar casi para evitar molestar. Así, el rol de los cuidadores es usar esas neuronas espejo para devolverle la emoción al hijo y poder ir enseñando sobre lo que siente. Si el niño se cae uno debería decirle “eso que sientes es dolor, por eso lloras, yo te voy a hacer cariño para ayudar a que tu dolor pase”. Así lo estaríamos educando en cómo se siente, validando su emoción y ayudándolo a controlarla. Pero, en lugar de eso ¿qué hacemos? Le decimos “no llore”, en otras palabras, no expreses. Esto pasa con casi todas las emociones, sobre todo con los hombres. En el mundo machista que aún vivimos tenemos emociones que son de hombres y otras que son de mujeres. Los hombres por ejemplo no pueden llorar, pero enojarse está bien porque es de “machos”. Las mujeres, en cambio, si nos enojamos somos histéricas, pero si lloramos es parte de nuestra naturaleza. Así que no se sorprendan al ver que estamos llenos de hombres que cuando tienen pena se enojan y mujeres que cuando se enojan se ponen a llorar. Esto suma y sigue ¿cuántos hombres conocen que sepan qué es la ansiedad? No es que no la sientan, solo no pueden nombrarla y la tapan con comida, cigarrillo o con lo que venga. No sé muy bien en qué momento de nuestra cultura sentir pasó a ser algo malo; reírse fuerte es feo, llorar es descontrol, decir que te duele algo es ser poco valiente. No estoy hablando de expresiones emocionales descontroladas, al contrario. Cuando las personas no pueden manejar bien sus emociones porque no fueron educados emocionalmente desde chicos, tienden a reacciones más fuertes y menos controladas. Cuando puedo entender por ejemplo que lo que siento es enojo, puedo decirlo sin necesidad de explotar o dañar a nadie. Al ponerle nombre a la emoción la conecto con la parte más racional de mi cerebro y por ende puedo controlarla y librarla de mejor manera. Funciona así: siento algo, le pongo nombre, lo entiendo, lo asimilo y lo elimino. De lo contrario, tengo dos caminos, eliminarlo de forma abrupta –dañándome a mi o a mis relaciones- o lo reprimo para que se acumule y luego eliminarlo de forma más impulsiva –con exactamente el mismo resultado anterior-. Sé que la salud mental va más allá y que este problema requiere soluciones más globales que la sola educación emocional. Pero todavía en Chile el camino es largo y tenemos que empezar por algún lado. Los índices de maltrato infantil son espeluznantes en nuestro país. Todavía hay gente que cree que golpear a un niño puede enseñarle algo. Cuando en realidad lo único que enseña es que quién debería cuidarte y protegerte te agrede, que la violencia es una forma válida de expresarse y que el mundo es un lugar hostil ¿La típica excusa de las personas que lo hacen? “A mí me pegaron cuando chico y resulté de lo más bien”. Déjeme decirle señor o señora que piensa así que tan bien no resultó usted si cree que golpeando se aprende. Si siente que un adulto que supera en fuerza y desarrollo puede maltratar a un pequeño indefenso y si siente que el mundo es un lugar tan terrible que quienes debieran amarte tienen derecho a agredirte. A quienes piensen eso, les pido por favor que, si no están dispuestos a educar desde el amor, se cuestionen sinceramente sus verdaderas ganas de ser padres. ¿Fui muy dura en esa última frase? Bueno, en este caso no pido disculpas, porque de verdad lo siento así. Es que tenemos que hacernos cargo de nuestra decisión de ser padres, esto no es solo traer a alguien al mundo, es tratar que crezca sano y feliz, y dentro de eso “sano” es fundamental su salud mental. “Me salió desordenado” me dijo una vez alguien. Los niños no “salen”, los formamos nosotros. No son un boleto de lotería, nosotros los vamos moldeando según nuestras capacidades y es así como una sociedad adulta con una salud mental deficiente como la nuestra, está creando niños con los tristes indicadores que tenemos ¿Se imaginan lo que es un niño menor de seis años con depresión? ¡Cuántas penas y faltas de abrazos debe haber experimentado en tan corta edad para llegar a algo así! Un niño de 6 años no “sale” depresivo, es el resultado de padres y cuidadores que no han podido conectar con él, porque probablemente tuvieron padres que no lo hicieron con ellos y por ende no es que no quieran hacerlo, es que no pueden. Es por eso que todos nosotros tenemos la responsabilidad de generar el cambio ¿Cómo? Sanando yo primero. Igual como en los aviones te dicen que –en caso de emergencia- tienes que ponerte el oxígeno tu primero para luego asistir a tu hijo, primero tenemos que sanar nosotros para no traspasar nuestras falencias a ellos. Un padre sano tendrá muchas más posibilidades de ser un buen espejo para su hijo. Si sabe manejar sus emociones, le enseñará también a ellos a hacerlo; si sabe nombrarlas, podrá contenerlo; si cría desde el amor, podrá entregarle eso tan increíble y que todos buscan tanto, la felicidad. Fuente: Revista Súper Mamá

  • Que mi hijo tenga todo lo que yo soñé

    Mi amiga Carla es de esas amigas que uno admira profundamente. De verdad, llega a ser odiosa de seca, siempre matea, siempre la primera del curso, deportista, estupenda y exitosa. Incluso se ganó una beca para ir a hacer su doctorado a Estados Unidos y partió junto a su hijo, que en esa época tenía 6 años. Como era de esperarse, a él también le va muy bien en el colegio, incluso le ofrecieron saltarse un curso si se sacaba una “A+” -la versión del 7,0 para los gringos- en la siguiente prueba. Sin embargo, cuando ella le cuenta esto a su hijo él le responde: “No me quiero sacar buena nota, me gusta mi curso, no quiero que me cambien”. A mi amiga -que toda la vida había luchado por ser la mejor- le costó entender la decisión de su hijo, pero la respetó. Después de ese incidente pasaron varias situaciones similares, hasta que un día ella me dijo: “Tuve que entender que mi hijo es distinto a mi, no le importan las mismas cosas, no está ni ahí con los logros académicos y que, pese a que es brillante y mantiene excelentes notas, no es lo que lo hace feliz.” La reflexión de Carla me dio vueltas mucho tiempo. Es que es muy difícil separarse de tu hijo en tu mente. Poder tener el amor y la empatía para ver que es alguien totalmente distinto a ti, y que lo que uno puede querer para ellos tal vez no sea lo que ellos realmente necesiten. Desde cosas básicas, como la tendencia que tenemos las mamás a abrigarlos cuando nosotras tenemos frío, hasta las expectativas de qué lograrán en el futuro. “Quiero que mi hijo tenga todo lo que yo no tuve” ¿Cuántas veces han escuchado esa frase? ¿cuántas veces la han dicho? Y es que es casi parte de nuestra cultura. Entiendo que dentro de eso está que nos superen, que lleguen más lejos. Sin embargo, olvidamos que ellos no son extensiones nuestras, no son clones en miniatura. Pero por sobre todo, olvidamos que ellos viven en un mundo y una realidad totalmente distinta a la que nos tocó a nosotros. Esto es lo que genera el problema, si me dedico a entregarle a mi hijo todo lo que yo no tuve puedo llegar a cegarme frente a lo que él necesita. Hace un tiempo me tocó conocer a una señora con una historia de vida formidable, de esas que son pura resiliencia y logros. Actualmente tenía una hija de 10 años sumida en una soledad tremenda ¿cómo pasó esto? La madre, esforzada y fuerte había dedicado su vida en darle a su hija todo lo que ella no tuvo cuando pequeña, pero nunca le había preguntado a su hija qué era lo que ella quería. Desde cosas simples como que para la Pascua le compraba los juguetes que a ella le habría gustado tener cuando chica, hasta el tiempo y la dedicación que le entregaba. Es inevitable pensar que con los sueños pasa lo mismo “quiero que mis hijos sean más que yo”. Lo entiendo, todos queremos eso, pero ¿qué pasa si ellos no quieren ser mejores ni peores, sino simplemente distintos? Entonces decidí cambiar la frase, me puse a buscar una que englobara lo que realmente espera uno para su hijo y me encontré con ésta: “quiero que mi hijo sea todo lo que sueñe ser”. Suena muy lindo, pero conlleva un gran conflicto. Para lograr algo así tenemos que llegar a una empatía real, esa genuina, esa que es definida por los expertos en el tema, Bylund y Makoul, como: “Ponerse en el lugar del otro, desde lo cognitivo y comunicarlo”. Esto echa completamente por la borda eso de “si no te lo pescas se le va a pasar la pataleta”. Para lograr la empatía ¡hay que comunicarlo!, ser empático es decirle al otro “te veo, noto tu emoción, la entiendo y la valido”. He visto niños caerse y la reacción de los adultos es “no lo mires para que no llore”. Imaginen que van caminando por la calle junto a su pareja, pisan un desnivel y se caen. Su pareja decide seguir caminando. Cuando te paras y preguntas por qué no te ayudó, responde “para que no te doliera”. Parece tonto ¿verdad? Bueno, imaginen lo que es para un niño que además su mayor protección en el mundo son sus padres. Algo similar pasa al otro extremo. Cuando algo le duele a nuestros niños nos destrozamos por dentro. Pero si yo me desarmo ¿quién contiene al niño? No estoy diciendo que hay que ocultar nuestras emociones, eso nunca, pero hay momentos y momentos. Cuando nuestros niños nos necesitan, nos volvemos fuertes, contenedoras y protectoras. Después, cuando ya está todo bien, podemos llamar a alguien de confianza para descargar. Pero si cuando ellos tienen un dolor ven a sus padres más afectados que ellos mismos, van a tender a protegernos y muchas veces terminan ocultando lo que sienten para no hacernos sufrir. Siento que criar implica salirse de uno mismo. Entregarse a otro distinto a ti y dejar de pensar en el regalo que te habría gustado a ti cuando chico para pensar en lo que a tu hijo le gusta. Yo siempre he odiado el mango, siento que es como comer perfume. Pero a Amelia le llamó la atención en el supermercado, compramos uno y se transformó en su fruta favorita. Si ella no lo hubiera visto, tal vez yo nunca se lo habría comprado y la habría privado de algo que le encanta. Nuestros sueños están limitados por nuestro conocimiento, por nuestras vivencias y realidades. Si se los traspasamos a nuestros hijos le cerramos sus horizontes. Nuestros sueños son terrenales, tienen todos los limites que nos ha dado ser adultos en esta vida. Los sueños de nuestros hijos van más allá, no tienen límites, son más grandes, más altos, no están coartados por el realismo que nos da ser adultos. ¿Qué podemos hacer entonces para ayudarlos a cumplir sus sueños? Simple: Cumplir los nuestros. Está demostrado que la forma más fácil de aprender que tiene el ser humano es el modelaje, con el ejemplo. Si nuestros niños nos ven pelear por nuestros sueños entenderán que tiene que pelear por los de ellos. Sin importar lo diferentes que sean. Mi amiga Carla cambió a su hijo desde un colegio de excelencia a uno donde no le ponen notas. Donde no compiten unos con otros, donde nadie sabe quién es el mejor, y si bien a ella todavía le cuesta no saber si su hijo es el primero del curso, ver su cara de felicidad cuando llega del colegio la hace entender que está todo bien. Ya no quiero volver a decir que quiero que Amelia sea mejor que yo. Ahora quiero que ella sea todo lo que ella quiera ser. Que llegue tan alto como quiera llegar, que cumpla los sueños más locos de la vida y que nunca sienta que algo es imposible. Quiero que Amelia sepa que lo único que puede limitarla es no atreverse a soñar sus propios sueños. Fuente: Revista Súper Mamá

  • Vamos a regalonear

    Voy a hacerles una confesión: Confieso que mi hija Amelia es una regalona empedernida. Así de claro, prometo que no estoy exagerando. Es tanto que para su leche de las cuatro de la tarde yo le digo “¿vamos a regalonear?” y ella con su año siete meses, corre a mi pieza, salta a mi cama y se tapa con una mantita. “Mamá, ahí” me dice apuntando la almohada de mi lado de la cama. Si Pipe está ahí –porque es fin de semana, por ejemplo y no está en el trabajo- hace lo mismo con él y le exige que se acueste al otro lado de la cama. Actos como estos, que para mi parecen adorables me han costado una serie de críticas que parecen comunes entre las personas. “La vas a mal acostumbrar”, “espérate no más, después no te va a dejar hacer nada”, “una guagua regalona es un niño malcriado”. Paremos un poco ¿de verdad existe un limite para el cariño que uno le puede mostrar a sus hijos?, ¿por qué la gente asume que mostrar mucho amor implica no poner reglas? Son dos caminos distintos que se mezclan solo para hacer la vida más fácil a todos ¿No creen ustedes que cuando las normas te las pone alguien que te ama es más fácil acatarlas? ¿Entonces, por qué todos insisten en que entregar amor es malcriar? Partamos por los primeros meses, ya desde la clínica había quieres me decían que no tomara tanto en brazos a Amelia, que la iba a mal acostumbrar, que después no me iba a dejar hacer nada. Acá tratamos con un tema biológico, si los seres humanos no necesitáramos los brazos de nuestros padres naceríamos sabiendo caminar. Si no necesitáramos tenerlos cerca para dormir los primeros meses, naceríamos con la capacidad de regular nuestra propia temperatura. Si no necesitáramos al otro, naceríamos pudiendo sobrevivir solos en el mundo. Pero no es así, por ende no hice caso a todas esos “consejos” de dejarla llorar un poco y de no tomarla tanto en brazos. Abracé a mi guagua lo más que pude, la mantuve en brazos constantemente y hasta dormía siestas en mi regazo ¿La enseñé mal? No, le enseñé que yo iba a estar ahí, que -pasara lo que pasara-, la iba a acompañar y que mi cariño era incondicional. Todos hablan del famosos apego en los primeros meses, algunos lo asocian netamente a la lactancia, otros al colecho o a los primeros contactos piel con piel de la guagua. Lamento informarles que eso es solamente una punta del apego y que muchas veces no tiene tanto que ver con eso. Las madres que no producen leche, guaguas en incubadoras, e incluso las que tienen que volver a trabajar a temprana edad de su hijo generan apego igual. El apego real, el de John Bowlby, creador de esta teoría, se basa en la capacidad de la persona de establecer lazos reales, fuertes, duraderos y de aceptación incondicional. Sí, hablo de personas y no de niños porque lo crean o no los adultos también tenemos apego, se crea cuando chicos, pero nos acompaña toda la vida. Cómo funciona esto: Nacemos indefensos, desprovistos de herramientas para sobrevivir y necesitamos amor, contención, cobijo y alimentación de un tercero. La conexión que generemos con ese tercero entonces nos marcará de por vida en nuestras relaciones. La guagua es bien ingrata, asumámoslo. No da las gracias, no tiene consideración en si la madre durmió bien o no. Nunca he sabido de una guagua que piense “mejor no voy a llorar ahora porque mi mamá me cambió pañales hace muy poquito, la voy a dejar descansar para que después me dé mi leche”. Ese lactante no existe porque ninguno tiene la capacidad de hacer algo así. Sin embargo, pese a todo eso, las madres deberíamos estar ahí siempre, para lo que necesiten, cada vez que nos llamen. Eso genera en el niño una sensación de amor incondicional, que haga lo que haga, pase lo que pase, siempre va a haber alguien que me ayude. Una vez un profesor en la universidad nos hizo la siguiente pregunta: “Imaginen que van solos en su auto y quedan en pana en la mitad de un barrio desconocido y peligroso. Tienen su celular en la mano ¿a quién llaman?” La primera persona que se te venía a la cabeza era uno de tus objetos de apego. Nos contó de un estudio que había demostrado que las personas que tenían dos o tres “objetos de apego” o personas a quienes pensaran en llamar eran más felices y con menor posibilidad de generar enfermedades afectivas. Nos explicó también, que esto no tiene nada que ver con ser práctico. Tal vez la persona a la que llames no hará otra cosa que pedirte una grúa, pero la sensación de saber que siempre va a estar ahí y que el solo hecho de hablar con ella te genere la sensación de seguridad, es apego real. Lo que contó el profesor resonó fuerte en mí, es la prueba viva de que el apego va más allá en tu vida y que marca las relaciones que tendrás en el futuro. No se asusten si cuando hicieron el ejercicio no pensaron en sus padres. Es normal que eso pase, ellos nos enseñan la forma y nos entregan la capacidad de generar ese vínculo, pero una vez de adultos podemos volcarlo en amigos, pareja, hermanos, etc. Muchas veces he hecho esta pregunta a alumnos o pacientes, me he llenado de pena al ver que algunos me responden que llamaría a un Uber, carabineros o a un taxi. Entiendo que su pensamiento es mucho más práctico, entiendo que es la mejor solución. Pero uno esperaría que eso estuviera en segundo lugar, que tal vez llamen primero a ellos como una forma de solucionarlo, pero que de inmediato llamen a esa persona que con el solo hecho de escuchar su voz los haga sentir seguros. Cuando las personas me dan respuestas como esas, pienso en su infancia. En esos consejos de “no lo tomes en cuenta en la pataleta para que se le pase” ¿De verdad creen que esto ayuda? Imaginen que están tristes, frustrados o enojados. Imaginen ahora que las personas que supuestamente los aman los vieran llorar, destrozados y pasaran por su lado sin mirarlos, ¿ayudaría a que su pena pasara? ¿Por qué entonces podemos creer que para un niño servirá? Los niños, adolescentes, adultos y ancianos necesitamos nuestro apego, necesitamos saber que pase lo que pase, hagamos lo que hagamos siempre va a haber alguien que nos va a abrazar y apoyar. Eso no implica aceptar que yo me comporte de mala manera. Si cometo un error espero que me lo digan, incluso que me reten si me lo merezco. Pero primero, antes que todo, saber que nada, nunca en la vida hará que el amor que sienten por nosotros desaparezca. Eso espero para Amelia, por eso la abrazo más de lo necesario, la beso sin parar y si se cae por ejemplo por balancearse en la silla, primero la tomo, la contengo, la apapacho y solo después de eso le explico que no vuelva a hacerlo o puede volver a caer. Espero que cuando crezca sepa que pase lo que pase, haga lo que haga, se mande la embarrada que se mande mi amor la protegerá siempre. Les deseo lo mismo a todos ustedes, que siempre tengan ese alguien que los va a amar y regalonear sin condiciones. Que siempre tengan ese alguien a quién llamar. Fuente: Revista Súper Mamá

  • Mi estrellita en la frente

    Mis amigas andan locas con esto de elegir colegio, es una etapa a la que de verdad no quiero que Amelia llegue. Son tantas las cosas que ponen en juego: que esté cerca de la casa, que sea laico, de iglesia, mixto o de un solo sexo. Algunas hablan de los valores, otras que lo único que importa es lo académico, si son buenos para los deportes o no, suma y sigue. Sin entrar en lo que implican las postulaciones ¡Qué miedo me da tener que tomar todas esas decisiones! Lo único que puedo decirles a mis amigas que están en ese proceso es que entiendan que para los niños esto también es un estado de cambio importante que muchas veces no logramos dimensionar en nuestro mundo de adultos. La entrada al colegio para los niños implica el ingreso al mundo real, la fantasía que vivían empieza a desaparecer y se enfrentan a situaciones y emociones que nunca antes habían experimentado ¿Saben cuál es una de las primeras vivencias que tiene un niño al entrar al colegio? -aquí pido disculpas desde ya por lo negativo de lo que les voy a contar- los niños al entrar al colegio lo primero que sienten es desilusión. Sí, así de terrible, se dan cuenta que toda su corta vida han sido engañados –muy adecuadamente por cierto, por favor no dejemos de hacerlo- por sus padres. Por ejemplo, sus papás le dijeron toda su vida que eran los más rápidos del mundo y llegan por primera vez a clases de gimnasia para ver que muchos de sus compañeros llegan antes a la meta que ellos, les aseguraron que sus pinturas eran una obra e arte, pero ve a compañeros que dibujan con una perfección que ellos no logran, así, toda su autoimagen se ve en juego. Aparece entonces, en esta etapa lo que se llama el “egocentrismo social infantil”. Los niños centran su autoestima en la comparación con los demás y en el reconocimiento social de sus habilidades. Necesitan por cierto, sentir que son buenos en algo. Que tienen alguna característica que los haga “buenos niños” y que sean reconocidos por esto. Las profesoras saben de eso; cuando los niños comienzan a dibujar y corren a la primera línea a mostrarles lo que hicieron “¿está bien así?” preguntan una y otra vez. Recuerdo que cuando era chica las profesoras nos premiaban con una estrella en la frente cuando hacías algo bien. Era el mejor premio que te podían dar en la vida; te llamaban a su escritorio y de su cajón sacaban el tan preciado trofeo. Lo tomaban con sus dedos y le echaba pegamento en barra –sí, así de vieja soy, no eran autoadhesivos- lo ponía en la mitad de tu frente y uno salía a recreo con mucho cuidado de no perderlo. Tenía que durarte todo el día para que cuando llegaras a la casa estuviera intacto y así poder mostrarle a la familia que fuiste condecorado. Imaginemos ahora qué pasa con este niño que está aprendiendo a enfrentarse a un mundo real y está tratando de salvar su autoestima con papás –o incluso profesores- que les dicen “eres flojo”, “mira tus amigos se portan bien y tú no”. Su autoestima se ve deteriorada a tal punto que llegan a sentir que no hacen nada bien. Lamentablemente, me ha tocado escuchar muchas veces a niños decir cosas como “me quiero portar bien”, “yo no soy bueno para hacer las tareas”, “yo soy desordenado”. ¿De dónde creen que vienen estos conceptos?: eso mismo, de los adultos que, casi sin darse cuenta, marcan la autoestima de los niños como si no existieran consecuencias. Tan solo piensen ¿cuánto de su auto concepto es real y cuánto creado por algún comentario de un adulto? A mi me pasó. Tengo dos hermanos mayores, los dos bien hiperactivos y con una personalidad desbordante. Los que conocen a mi hermano pueden dar fe que no miento, animó el Festival de Viña ¿qué más personalidad que eso? Bueno, la cosa es que mi madre obviamente, me comparó a mi, su tercera hija, con estos dos monstruos de la sociabilidad y seguridad, su conclusión: “la Pame es tímida”. Claro, yo no hablaba fuerte, tendía a quedarme tranquila donde me dejaran y jugaba sola. Empezó así su incansable tarea de “quitarme la timidez”. Me inscribió en pintura, ballet, natación, patinaje, cerámica, gimnasia rítmica, etc. Todo con el fin de sacar de mi interior algo de personalidad y seguridad que yo tanto carecía. Así, a medida que yo crecía si alguien me pedía que me describirá mi respuesta siempre partía por “tímida”. Esto siguió así hasta que ya adulta una amiga me dijo “tú no eres tímida, haces clases, trabajas en televisión ¿cómo vas a ser tímida? El problema es que tus hermanos son muy extrovertidos”. Recién ahí a mis treinta y siempre cambié mi discurso. Junto con el cambio en el autoconcepto del niño que implica la entrada al colegio, también aparece por primera vez la interioridad. Esto se refiere a que por primera vez el niño crea un mundo interno en el que se repliegan sus emociones, aprende a no exteriorizarlo todo. Ya sabe que hay cosas que se dicen y otras que no, emociones que se muestran en algunas partes y otras que se guardan. Descubre por ejemplo que da vergüenza hacerse pipí y deja de ser algo normal como le decía su mamá. Sé que parece terrible, se empieza a terminar la magia de los primero años y ya no ven el mundo como si todo tuviera vida. Sin embargo, también hay algo fantástico en esta época, y es que como crean un mundo interior. Pueden empezar a fantasear mucho más y a vivir en sus cabecitas ¿han visto lo bueno que son los niños de primero básico para idear canciones o historias? ¡Muchas veces son tan fantásticas que si les pedimos que la repitan no pueden hacerlo! Algunos papás se preocupan creyendo que sus hijos se han vuelto mentirosos, pero no es así. Están aprendiendo a vivir en su mente, a entender que hay un mundo adentro y uno afuera, y eso será básico para su capacidad de creatividad y de resolver problemas en el futuro. Un niño al que se le potencia su mundo interno tendrá muchas más herramientas para enfrentar la realidad de adulto. Una vez que un niño entra al colegio deja la seguridad de su casa o incluso jardín para ver que hay un gran mundo allá afuera. Para enfrentarlo, necesita un mundo interno rico, lleno de sueños y fantasías que los padres debemos potenciar. Pero por sobre todo hay que tener mucho cuidado en cómo le decimos las cosas. Si estás configurando tu autoimagen, estás viendo quién eres en este mundo y tu mamá te dice que “eres desordenado” ¿te queda más alternativa que hacer desorden? Pasa a ser parte de ti, en cambio si tu mamá te dice que “estás haciendo desorden”, es algo que sí puedes cambiar. Los adultos nos ponemos nerviosos el primer día de trabajo, cuando vamos a una comida con desconocidos o en situaciones sociales en las que nos podemos sentir evaluados. Parece que nos olvidamos que los niños son evaluados constantemente, no solo en el colegio, también por nosotros. Tenemos que estar conscientes de la influencia que tenemos. Un premio, decirle que es el mejor niño de todos, que estamos orgullosos de ellos, que hacen las cosas bien y que pueden llegar lejos, puede cambiar la forma en que se verán a sí mismos. Todos necesitamos que nos digan que nos quieren, que hacemos las cosas bien y que están orgullosos de nosotros, todos queremos nuestra estrellita en la frente, acordémonos de dársela a nuestros niños. Fuente: Revista Súper Mamá

  • No todas íbamos a ser princesas

    Hace unos días, Amelia –mi hija- cumplió un año. Fue inevitable revisar cómo fueron esos nueves meses de espera y por supuesto este primer año. Sigo recordando perfectamente cómo fue el día en que supe que Amelia sería mujer. Una emoción inmensa me embargó, era una felicidad indescriptible y sin mucho sentido Si me preguntaban antes de quedar embarazada, siempre habría respondido que quería que mi primer hijo fuera hombre ¿La razón? Ninguna, solo porque en mi familia es así, porque mis hermanos mayores son hombres y como uno conoce el mundo que le presentan me parecía lo más fácil. Pero ese día todo fue muy diferente, la cara de felicidad de mi marido, esa sensación de ser madre de una niña. Algo pasó en mi cabeza que la felicidad era sin sentido pero indescriptible. Corrimos a contar a la familia y rápidamente a un restorán para celebrar los dos solos, mi marido y yo, a nuestra niña. Ahí todo cambió. Un terror frío recorrió mi espalda. Tendríamos que criar a una mujer, a una mujer en un mundo donde todavía los hombres son vistos como más fuertes, ganan más y tienen mejores oportunidades. ¿Cómo se cría una mujer fuerte? La verdad no lo sé, pero sí estaba segura de una cosa, mi hija no será una princesa. Simplemente porque, espero que al igual que yo, nunca quiera serlo. Analicemos a las princesas, a esas con las que crecimos la gran mayoría, no las modernas que –si bien reconozco que solo sé de ellas por lo que me cuenta mi sobrina de cinco años- al parecer pelean por sus objetivos, valoran el amor fraternal y no andan buscando un marido que las mantenga por la vida. Insisto, es lo que he escuchado y reconozco que puedo estar equivocada, si es así, por favor avísenme y me entrego a la tarea de analizarlas. Partamos con una de las más típicas, la adorada Bella Durmiente, la clásica de Disney. Aquella que es rubia, impecable, con una piel única y un cuerpo que la hace parecer una joven mujer más que una adolescente de 15 años con espinillas, como una esperaría por la edad que tiene en el cuento. Bella es hija de reyes. Ellos para celebrar el nacimiento de su hija invitan a todo el reino al bautizo, pero dejan a un hada fuera de la lista de invitados. De acá partimos con problemas ¿Por qué en todos los cuentos hay una mujer que se enoja con otra? Por envidia en algunos cuentos, por competir quién es la más linda en otro y acá por ser excluida. Como si fuera poco la excluida, o la mala, siempre es fea, porque ese es el mensaje que dejan. Primero que hay que cuidarse de las otras mujeres porque si te ‘agarran mala’ te pueden hacer daño, y segundo, hay que ser bonita para ser buena, si eres fea eres mala y punto. No hay linda mala ni buena fea en el mundo de las mujeres. Así que más te vale seguir los estándares de belleza para poder ser una ‘buena niña’. Como venganza, esta bruja mala y fea, maldice a Bella. La maldición decía que al cumplir 15 años se pincharía el dedo con un huso y moriría. Luego una bruja buena cambia la maldición a que dormiría. ¿Han pensado en lo que está detrás de esto? ¿Qué les pasa a las mujeres a los 15 años que las hace sangrar? Eso mismo, la menarquia. Entonces, llegada la menarquia la niña debe dormir, no puede seguir adelante con su vida porque si ya se desarrolló tiene que quedarse en la casa escondida y dormida. Tal como reza nuestra creencia popular ‘es una niña de cuidado’, por ello debe ser vigilada para que nadie le ‘despierte’ el deseo sexual. Entonces el rey, con mucho miedo de que su hija se ‘pinchara’ el dedo –creo que no tengo que explicar esta parte para no ser tan obvia- manda a esconder todos los husos del reino. Así como muchos padres que se aterran con la idea de que sus hijas pierdan la virginidad, este rey no habla con su hija, no le entrega información sexual, sino que esconde todos los husos para que a su hija no le pase esta ‘desgracia’. Pero claro, Bella con cero ‘educación sexual’ se encuentra con un huso y se ‘pincha’ ¿El castigo? A dormir hasta que alguien la elija. Así para Bella no hubo estudios, universidad, no vivió viajes ni eligió su destino. Solo esperar. Después de esto viene la segunda parte: el príncipe. Ese hombre alto, fuerte y por supuesto con un reino que ofrecer –si no tiene plata, no es príncipe- que la elige a ella. Obvio, él a ella, porque ella no tiene derecho a elegir ¿Qué hace que este príncipe sea digno de quedarse con esta princesa tan resguardada? Que tiene un reino, eso ya lo dijimos, y además tiene esa gran espada fálica que le permite tener poder y fuerza –que por supuesto ninguna mujer tendría- que lo dejan romper con toda su agresión viril la frondosa vegetación que resguarda la nueva virginidad de Bella. Claro, Bella estaba durmiendo, no hay forma de que ella rompa la vegetación sola, no hay forma de que ella salga del castillo de sus padres para conocer el mundo, eso sería una aberración. El apuesto príncipe llega hasta donde está la princesa, la ve durmiendo y se enamora de su belleza. No de lo que piensa, no de su personalidad, no solo eso ¡estaba durmiendo! Nunca hablan, no se conocen y él va y ¡la besa! Así no más ¿consentimiento? Para qué, a él le gustó, punto, va y la toma para ‘despertarla’ ¿Qué importa lo que Bella pensara? ¿Qué importa si ella quería o no besarlo? Nada, si quién tiene el poder y al espada es él, que ella agradezca que la besaron y despertaron. Porque claro, el súper príncipe asume que ella quiere ser besada Bella ahora despierta tiene permiso para salir, para ver el mundo, pero claro, no todo el mundo, el mundo que el príncipe le permita. Porque lo que pasa después es que el príncipe la toma y se la lleva a su casa, a su reino, a su mundo. Ella no tiene derecho a elegir donde vivir, no pudo invitar a sus amigos al matrimonio, nada. Bueno, claro, no tiene amigos, si es una ‘niña buena’ que no salió de su casa desde que ‘sangró’. Por todo eso yo nunca quise ser como Bella, por todo eso no quiero que Amelia sea como Bella, una niña de 15 años que claramente no terminó el colegio, que no conoció el mundo, que nunca pudo tomar una decisión que fue ‘tomada a la fuerza’ por un hombre al que sólo le importó su aspecto físico ¿Y vivieron felices para siempre? Yo no lo creo. Lo mismo pasa con Blanca Nieves, la Bella y la Bestia, Rapunzel, pero bueno, otro día les hablo de ellas. Por ahora sigo agradecida de la vida porque no nací princesa y que Amelia tampoco lo será.

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