Amelia ya es una niña. Sí, siempre lo ha sido dirán ustedes, pero me refiero a que con sus 2 años 11 meses, cada vez que la veo, queda menos de guagua en ella.
Ya no hay pañales, mamaderas es independiente en muchas cosas, pide lo que necesita e intenta hacer todo ella sola. Está en esa etapa en la que se viste sola, quiere elegir su ropa y si tiene ganas de ir al baño, simplemente va y me llama sólo cuando está lista.
Tengo que confesar que con esto, me pasó lo que nos pasa a todas: por un lado está la tranquilidad y el alivio de que necesitan menos de nosotros y por otro lado el mini ataque de pena y micro duelo que implica aceptar que ya no dependen tanto de uno.
Llegando los 3 años, los niños pasan por una explosión de crecimiento que a los padres muchas veces nos cuesta aceptar -por algo muchos deciden tener otro hijo justo cerca de este etapa- que ya no tenemos una guagua, tenemos un niño. El desarrollo del lenguaje en los infantes es tan intenso en esta edad que logran avanzar en su capacidad de pensamiento a niveles que los adultos no alcanzamos a asimilar.
Ante esto, aparece nuestra necesidad de aferrarnos a este ser indefenso que nos necesita para todo y hace que pensemos en: tener otro, rogar que no siga creciendo, e incluso hacer todo por mantenerlo dependiendo de nosotros, partiendo, por no dejarlo hacer las cosas solo. Es verdad, se demoran y no hacen las cosas perfectas, claro ¡son niños! Así, he hablado con mamás que se desesperan y terminan poniéndoles la ropa ellas mientras sus hijos piden hacerlo solos, les siguen dando la comida en la boca para que no se manchen e insisten en abrirles los embaces de yogurt aún sabiendo que ellos pueden hacerlo con la excusa de “que no le cueste tanto”. Mi pregunta es ¿es a ellos a quienes los cuesta o es a nosotros los que nos cuesta entender que ya tienen una personalidad y un funcionamiento autónomo y distinto al mío?
Los niños ya tienen noción de sí mismos hace rato, y notan sus nuevas habilidades, se sienten orgullosos de ellas y necesitan practicarlas una y otra vez para poder desarrollar las conexiones neuronales necesarias para lograr la automatización de ciertas conductas. Me explico, es como cuando uno aprende a manejar un auto, por ejemplo. Las primeras veces nos llenamos de ansiedad, tenemos que pensar todos los movimientos: “primero el embriague, paso el cambio, y lentamente suelto el pie para presionar el acelerador” son las palabras que pasan por nuestra cabeza, paso a paso, muy lento vamos aprendiendo. Luego de un tiempo, casi sin darnos cuenta, ya dejamos de “pensarlo”, simplemente lo hacemos e incluso nos queda atención para conversar con un acompañante y mirar el paisaje. Hemos logrado la automatización de los movimientos para manejar. Imaginen ahora, que cada vez que se subían al auto y empezaban su proceso de pensar en todo lo que tenían que hacer, venía alguien y les quitaba las llaves con la excusa de que ustedes lo hacían muy lento o de “protegerlos” para que no tuvieran que esforzarse ¿habrían logrado alguna vez la automatización? Más importante aún, ¿cómo se habrían sentido?
¿Se imaginan ahora lo que le hacemos a nuestros niños cuando les decimos “yo te visto que estamos apurado”, o “yo te doy la comida para que no te manches la ropa”?
La primera infancia es clave para el autoestima de nuestros niños, sí, sorpresa; no sólo la adolescencia es etapa crucial para el autoestima, la infancia está llena de pequeños momentos que van forjando nuestro autoconcepto. Los niños van aprendiendo para qué son buenos, qué se les hace fácil y su imagen de sí mismos va haciendo que se sientan seguros o que todo se venga abajo. Hacerlos sentir que no están capacitados para hacer las cosas o que son lentos, no hace más que dañar su desarrollo, hacerlos sentir que no son buenos, que no pueden ser independientes y que no tienen las capacidades necesarias para manejarse en el mundo.
Día a día hablo con adultos sobre sus inseguridades, me cuentan cómo sienten que no pueden decir lo que piensan, que temen equivocarse y que muchas veces sienten que tienen buenas ideas, pero no las expresan por miedo a decir algo inadecuado. Hablo con ellos y pienso en cómo de seguro muchas veces de niños -sin darse cuenta de las consecuencias que podría tener, claro- les deben haber dicho que no hicieran las tareas solos, que sus ideas no eran buenas, que estaba equivocados y que no sabía cómo resolver los problemas solos. Pienso también que de seguro no es que querían hacerles daño, de seguro muchos de esos papás creía estarlo ayudando al decirle que su idea no era la adecuada y que los adultos sólo saben lo que es bueno para ellos.
El mundo de los adultos es tan distinto, muchas veces nos cuesta ponernos en el lugar de los niños y entender que -por ejemplo-, pasar el jugo de un vaso a otro es un gran logro motriz y cognitivo que a ellos les tomó mucho tiempo lograr y del que están muy orgullosos. Pero -lamentablemente- cuando se lo muestran a los adultos ellos ven la mesa mojada por el liquido que se derramó porque no alcanzó a llegar al otro vaso. Imaginen que se esfuerzan muchísimo por lograr algo, cuando lo hacen se sienten bien con ustedes mismos, están felices, pero los demás les dicen que no lo vuelvan a hacer, que han dejado un desastre, que mejor lo hacen ellos para evitar problemas.
Entiendo que muchas veces nuestras ganas de regalonearlos hace que queramos hacer las tareas por ellos, que el apuro del día a día nos lleva a perder la paciencia cuando quiere vestirse solo y que nos cueste ver su logro detrás de la mesa mojada porque practicó el trasvasije. Pero es ahí donde tenemos que recordar que nuestro rol como padres no es coartar el desarrollo de nuestros niños, estamos acá para acompañarlos en su crecimiento, no para forjarlos a semejanza nuestra. Es aquí donde la paciencia y empatía son claves, si logro tenerlas con mi hijo le voy a dar el regalo de la seguridad y auto valía ¿No es un regalo mucho más valioso que una mesa sin agua derramada o salir a la hora a la comida familiar sin retrasos porque el niño quiso vestirse solo?
Esto no es fácil, eso es verdad, personalmente me está costando. Por temas de salud Pipe no está en la casa y la sensación que tengo es que Amelia se hizo grande de un minuto a otro. De pronto la miro y es una niña que entiende lo que pasa y decide ponerse las zapatillas sola para que yo pueda seguir con las cosas de la casa. De pronto la miro y no quiero que crezca, y quiero mantenerla protegida como mi guagua. Es ahí cuando recuerdo que Amelia no es mía, su rol en la vida no es ser mi guagua, al contrario, mi rol en la vida es acompañarla y prepararla para vivir de forma autónoma y sin mi. Está creciendo, pienso, estoy cumpliendo mi misión.
Fuente: Súper Mamá
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